Comuneros respondones

Que los comuneros y Carlos V no hicieron buenas migas ya es sabido. Que los comuneros lo intentaron y Carlos V pasó de ellos, también. Y fue el 20 de octubre de 1520 cuando los comuneros hicieron una última intentona para acabar con las tiranteces: enviaron dos mensajeros a Bruselas para entrevistarse con el rey y explicarle sus peticiones. Pero el rey los echó con cajas destempladas sin ni siquiera escucharlos. Porque cuando los emisarios llegaron, el rey acababa de ser coronado emperador y a un emperador no se le tose.

Castilla se levantó contra Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico porque el rey le estaba echando un poco de rostro al gobierno de la nación. No vivía en el país, no hablaba español, les tenía fritos a impuestos, casi vació las arcas para financiar su postulado al imperio, y España estaba gobernada por flamencos que ni siquiera sabían arrancarse por bulerías. Flamencos de los de Flandes.

El cabreo en el país era general, pero los castellanos fueron los más batalladores. Puesto que el rey estaba más preocupado de su imperio germánico que de sus reinos españoles, los comuneros hicieron sus peticiones: que las Cortes fueran la primera institución del reino, que actuaran al margen del poder real y que los procuradores fueran elegidos por las ciudades, no por el rey. Lo que pasa es que esto no cuadraba con los planes de Carlos V.

Pero, sobre todo, pedían que el dinero que saliera de los castellanos se quedara en Castilla, que no se fuera a Alemania. Y que si el rey era rey de España, que viviera en el país, no a 2.000 kilómetros. Porque Carlos V se largó y dejó al frente del gobierno a Adriano de Utrecht, que encima era cardenal, con lo cual también manejaba la Iglesia. El gobernador se portó tan bien, fue tan obediente, que al final Carlos V lo enchufó para que acabara siendo papa, el papa Adriano VI. La lucha comunera no triunfó y ya sabemos todos dónde fueron a parar las cabezas de sus líderes Padilla, Bravo y Maldonado. Ya lo dijo Miguel Hernández: «Castellanos de alma, labrados como la tierra y airosos como las alas».