Valero Ripoll

Si van a Calatayud no pregunten por la Dolores, que está feo, pregunten por Valero Ripoll, a ver si tienen la suerte de que alguien les dé señas de él. Valero Ripoll fue un paisano que el 19 de diciembre de 1808, en plena invasión napoleónica, engañó a un destacamento de cien franceses diciéndoles que o se rendían y abandonaban Calatayud, o la guerrilla que tenía a su mando les haría fosfatina. Dado que los franceses ya tuvieron noticias durante el primer sitio de Zaragoza de una tal Agustina de Aragón y de cómo se las gastaban los guerrilleros maños, se rindieron sin plantar cara. Pero Valero Ripoll ni tenía guerrilla ni nada parecido. Se tiró un farol y le salió redondo.

Los franceses habían tenido que levantar su primer sitio a Zaragoza, el que se produjo entre el 15 de junio y el 15 de agosto, tras perder Napoleón la batalla de Bailén. Pero no estaban dispuestos a renunciar a la toma de la capital porque era imprescindible para abrirse paso hacia el Levante, así que volvieron a la carga para hacer capitular la ciudad. Las tropas napoleónicas fueron tomando varios pueblos en su acercamiento a Zaragoza. En Calatayud se instaló un destacamento francés de ciento diez hombres hasta el que se acercó el chocolatero Valero Ripoll acompañado de un amigo. Nadie sabe cómo ni con qué artes, ni mucho menos en qué idioma, Valero Ripoll convenció a los galos de que muy cerca de allí tenía a su mando tres mil guerrilleros aragoneses muy cabreados y dispuestos a atacar al destacamento francés si no se entregaba.

Ripoll no tenía a nadie de apoyo, aunque bien es cierto que no muy lejos de allí andaban los hombres de Juan Biec, un guerrillero conocido. Es decir, lo que hizo el chocolatero Valero fue engatusar a los franceses, que se acongojaron ante tanto supuesto maño, rindieron las armas y fueron conducidos a Zaragoza por los dos amigos y una docena de paisanos que se les sumaron en el camino. Es de suponer que éste es uno de los episodios más ridículos de las tropas francesas durante la invasión española. Valero Ripoll llegó a Zaragoza con su botín de cien franceses, se los entregó a Palafox y el general, claro está, lo condecoró. Pero dio igual. Dos días después comenzó el segundo y cruento sitio de Zaragoza. Y aquí no valieron trampas.