En la madrugada del 18 de abril de 1906 los californianos de San Francisco se arrebujaban entre sábanas ajenos a la que se estaba fraguando en el subsuelo. En apenas unos minutos, un terremoto y los incendios posteriores les destruyeron más de media ciudad, les mataron a tres mil ciudadanos, dejaron a doscientos y pico mil sin sus casas y les metió un miedo en el cuerpo que todavía no se les ha ido. No hay día que no piensen en la que se les vendrá encima con el Big One.
El terremoto de San Francisco tuvo una magnitud calculada entre 7 y 8; no se pudo precisar en aquel momento porque el tipo que luego definió la famosa escala de Richter, y que casualmente se llamaba igual, sólo tenía seis años. Es más, en aquel 1906, ni sabían lo que era la magnitud, ni que por debajo de San Francisco pasa una de las fallas más activas del mundo, a la que luego pusieron nombre de apóstol, San Andrés; y ni mucho menos sabían qué era aquello de la tectónica de placas.
Al menos para eso sirvió el terremoto, porque aquel cataclismo fue el punto de partida para el estudio de las causas de los seísmos. Y las causas ya las tienen claras, y mucho más las consecuencias, pero la asignatura que aún está por aprobar es la de la predicción. Predecir un terremoto es, hoy por hoy, ciencia ficción.
Lo peor del terremoto de San Francisco no fue la sucesión de temblores, sino los incendios que se desataron y que estuvieron devorando la ciudad durante cuatro días. El cálculo de muertos fue muy optimista al principio. Cuatrocientos y pico, dijeron, pero es que se habían olvidado de contar a los cientos y cientos de víctimas de los barrios chinos. Las cifras revisadas en 2005 hablan de tres mil muertos, y lo peor es que murió mucha más gente en los incendios que por el terremoto. Porque al final resulta que los terremotos son prácticamente inofensivos. Hasta el más fuerte de los registrados, si nos pillara en mitad de un campo, como mucho nos sentaría de culo. Ya lo dicen los geólogos, el terremoto no mata, matan los edificios. De hecho, la falla de San Andrés provoca diez mil terremotos al año y ni se enteran.