El puerto de Southampton, al sur de Inglaterra, vivía el 10 de abril de 1912 una fiesta sin precedentes. Prensa y fotógrafos no perdían ripio del embarque de cientos de personas, entre ellas ricachones, emigrantes y Leonardo di Caprio, en el más gigantesco e indestructible transatlántico jamás construido. El Titanic iniciaba su viaje inaugural y era el más lujoso, el más rápido y el más grande… tenía todo lo más, pero no hace falta describirlo porque todos hemos estado a bordo. Lo único que no tenía de más eran botes salvavidas. Sólo pusieron dieciséis en lugar de los cuarenta y ocho necesarios. Total, como aquello era imposible que se hundiera…
La compañía propietaria del Titanic se propuso batir dos plusmarcas: la de velocidad y la de mayor número de pasajeros. Había que llegar a Nueva York más rápido que nadie y con el pasaje hasta los topes. Incluso se robaron viajeros a otros buques para cumplir este segundo objetivo. En total: 2.224 personas. Se trataba de ser noticia de primera plana en todos los periódicos del mundo, y desde luego que lo fue. El Titanic no ha dejado de ser noticia en un siglo.
El buque partió de Southampton con destino a Cherburgo, en el norte de Francia; de allí, a Queenstown, en Irlanda, y tras esta segunda escala comenzó la fiesta y la verdadera travesía de aquel majestuoso transatlántico. Todo perfecto durante tres días. Sólo atentos por si en el Atlántico Norte aparecía alguno de los témpanos que anunciaba el radiotelégrafo. El capitán Edward John Smith ordenó desviar el curso del Titanic un poco hacia el sur, dobló la vigilancia y se fue a dormir tranquilo. Tampoco podría hacer mucho daño a aquel coloso un pedrusco de hielo flotando en el mar. A las doce menos cuarto de la noche del 14 de abril, el Titanic crujió. Dos horas y media más tarde, crujieron 1.517 almas. Días después aún se pavoneaba por el Atlántico Norte un iceberg más alto que el Titanic y con marcas de pintura. El iceberg más grande, más elegante y más majestuoso, de la historia de la navegación. Y sin prisas por llegar a ninguna parte.