Calderón, el ilustre gamberro

No hay que fiarse de ese aspecto tan formal con el que siempre aparece don Pedro Calderón de la Barca en sus retratos. No se dejen engañar por los hábitos franciscanos o por ese pedazo de cruz de Santiago estampada en su pecho… Calderón fue un libertino, un pendenciero. Se bebió la mitad de la herencia de su padre y la otra mitad se la jugó, pero esto es lo de menos. Lo de más es que el 17 de enero del año 1600, para fortuna de las letras españolas, vino al mundo en Madrid el que iba a ser la última gran figura del Siglo de Oro. Un dramaturgo excepcional. Gamberro, pero excepcional.

Llevar la cuenta de los años con Calderón de la Barca es muy fácil. Como nació en 1600 y murió en 1681, está claro que fue longevo. Conoció tres reinados, porque vio la luz durante el de Felipe III, vivió y triunfó en el de Felipe IV y murió con el de Carlos II. A Calderón le impuso su padre ser sacerdote, pero de mozo le gustaba echar antes mano de la espada y el vino que de los Santos Evangelios, así que la carrera religiosa la dejó para la madurez, casi la ancianidad, y antes se dedicó a vivir, a escribir, a luchar en cien batallas y a recolectar laureles literarios en plena juventud que otros sólo disfrutaban cuando ya peinaban canas. Hasta tuvo tiempo de entrar y salir de la cárcel, de verse envuelto en un homicidio, de enemistarse con Lope de Vega…

Para Calderón, toda su vida fue un frenesí, y ni siquiera a punto de alcanzar su definitivo sueño soltó la pluma. Estaba escribiendo los últimos pliegos de La divina Filotea cuando murió, y dada la ajetreada vida que había llevado, lógico es que tuviera una muerte igual de activa. Siete entierros tuvo el autor de La vida es sueño en los siguientes doscientos años, y en uno de estos cambios de tumba tuvo Calderón el honor de inaugurar el Viaducto de Madrid. Pero con tanto ir y venir, con tanto trajín, se entiende que en una de éstas los huesos acabaran en paradero desconocido.

De haber podido, Calderón habría rematado su extensísima obra, cinco veces superior a la de Shakespeare, con un último drama titulado El alcalde me zarandea.