Catedrática Curie

La noche anterior a aquel 15 de noviembre de 1906, María Curie no haría más que dar vueltas en la cama por la responsabilidad que la esperaba al día siguiente: sería la primera mujer en la historia docente de la Sorbona que pisaría un aula como catedrática. Meses antes, el consejo de la Facultad de Ciencias acordó que ya era hora de que las mujeres pudieran dar clases en la universidad, y la primera no podía ser otra que madame Curie. María Curie habría sacrificado de mil amores el honor de ser la primera profesora universitaria de Francia, la primera catedrática de Física, a cambio de que su esposo Pierre continuara vivo. Porque era él el titular de la cátedra, pero un mal día de abril de aquel mismo año de 1906, un pesado coche de caballos lo arrolló y lo mató en una calle de París. La Facultad de Ciencias tenía que sustituirle, y no era fácil encontrar a alguien de la altura de todo un premio Nobel de Física. A no ser que tuvieran a mano a otro premio Nobel de Física. Y lo tenían: María Curie. Porque la Academia sueca entregó el premio a los dos, al matrimonio, luego tanto montaba uno como otro.

El día que la catedrática ingresó en su clase por primera vez, la expectación era descomunal. El aula estaba a rebosar, con estudiantes sentados por los pasillos, por la escalera, con la puerta abierta porque no entraban todos, pero todos querían estar en la primera lección de la descubridora del radio. ¿Cómo empezaría su clase? Esa era la gran pregunta.

La costumbre exigía agradecer la distinción de la cátedra al ministro de Educación, al consejo de la Sorbona y a todo mandamás académico. A la una y media de la tarde la nueva catedrática entró en clase. Miró al frente, esperó que callaran los aplausos y dijo: «Cuando consideramos los progresos logrados en los dominios de la física durante los diez años últimos, nos sorprende el gran avance de nuestras ideas en lo concerniente a la electricidad y a la materia». María Curie había comenzado su clase con la frase exacta que pronunció su marido cuando dio por terminada su última lección, sólo minutos antes de que le arrollara aquel carruaje en París.