Maltratado Maquiavelo

Nicolás Maquiavelo es ese señor que cuando nos obligan a estudiarlo en la escuela resulta ser un peñazo insufrible. Por eso a Maquiavelo se le coge mucha manía desde el principio, mucha más cuando su apellido encima ha quedado para definir a la gente retorcida, astuta y con mala leche. Maquiavélicos los llamamos. Pobre Maquiavelo, si sólo fue un adelantado a su tiempo, un gran político de la época y un cerebrito de ideas muy claras. Hasta que las ideas se le secaron el 22 de junio de 1527. Se murió sin ver publicada la obra que le dio cruel fama mundial, El Príncipe.

Lo cierto es que Nicolás Maquiavelo fue un tipo muy listo, que sabía cómo funcionaba y cómo había que manejar la política en la Europa de los siglos XV y XVI. Lo que no se puede hacer, evidentemente, es aplicar aquellos métodos ahora, porque ni existe el contexto, ni mandan los Medici, ni viven los Borgia, ni la Iglesia domina el mundo. Bueno, un poco sí. En la Italia de Maquiavelo se jugaba con las cartas disponibles o no se jugaba.

La mala fama la arrastra Maquiavelo por su más libro más célebre, El Príncipe. Como los tipos más poderosos de la tierra aseguraban que éste era el libro que inspiraba sus gobiernos, pues le hemos cargado a Maquiavelo ser el culpable de las doctrinas que seguían Hitler o Napoleón. Todos nos hemos quedado con la frasecita «el fin justifica los medios», y se nos olvida que lo dijo refiriéndose a que si un gobernante quiere alcanzar un fin bueno para su pueblo, queda excusado de los medios empleados para conseguirlo.

Hace casi quinientos años que murió Maquiavelo, y que levante el dedo quien crea que su principal máxima es mentira: si un gobernante sólo se dirige por la prudencia, la justicia, la clemencia y la lealtad, nunca conservará el poder, porque a su alrededor siempre habrá injustos, imprudentes, desleales y crueles. O sea, que hay que aprender a ser un poco malo, a tener peor talante, para que no te tomen por el pito del sereno.

Si pasan por la Santa Croce de Florencia, saluden a Maquiavelo en su magnífico sepulcro. Por aquel entonces no era malo, era realista.