Carlo Broschi nació el 24 de enero de 1705. Y cómo chillaba el condenado niño, qué pulmones. Nació con todos sus atributos, con un par, pero no se hizo famoso hasta que los perdió a cambio de quedarse para los restos con voz de soprano. Lo rebautizaron como Farinelli il castrato, porque era un protegido de los hermanos Farina. Este hombre sin testosterona fue el más famoso de los castrati, de los castrados, unos señores a quienes les cortaban los testículos cuando eran niños para que continuaran conservando una voz delgada. Mi ignorancia me decía que eso de cantar dependía de la garganta. Pero no. Resulta que la voz sale de otro sitio.
La historia de los castrati es de sobra conocida. Y también sobradamente cruel. Extirpar a un niño de seis, siete u ocho años los testículos para educar su voz como la de una soprano e intentar hacerle famoso en los escenarios operísticos era una práctica muy extendida. En los siglos XVII y XVIII llegaron a castrarse a cuatro mil niños al año, y encima sólo triunfaba el 10 por ciento. Las consecuencias físicas eran tremendas. Se volvían gordos o muy larguiruchos, pero, además, se les satinaba la piel, les desaparecía el vello, se les retraía el pene (es de suponer que porque se habían llevado a sus dos mejores amigos), sufrían enfermedades vasculares, sabañones… En fin, una calamidad. Y a todo esto hay que añadir que mucha gente los trataba con desprecio. Les llamaban capones, huevazos, elefantes sonoros…
Farinelli, al menos, fue uno de los que triunfó. También en España, donde fue contratado por la reina Isabel de Farnesio, segunda esposa de Felipe V, para curar la melancolía del rey. Cuentan que la primera vez que Felipe V oyó la voz de Farinelli, lloró a moco tendido; o sea, que la melancolía no se le curó, pero a cambio consiguió un gran amigo. Pero es que si la pérdida testicular de Carlo Broschi ya no tenía remedio, menos aún lo tenía el trastorno bipolar de Felipe V.