Ha pasado más de medio siglo sin Pío Baroja. Murió el 30 de octubre de 1956, y aún sigue quieto donde lo dejaron, en el cementerio Civil de Madrid, aunque infinidad de actos con ocasión del quincuagésimo aniversario de su fallecimiento nos recordaron que la obra rebelde de este escritor respondón sigue viva. Como a don Pío le encantaba meter el dedo en el ojo de la tradición religiosa, dejó muy clarito antes de morir que quería ser enterrado como un ateo. O sea, que nada de cristianas sepulturas, ni esquelas de esas de «descansa en el Señor» y nada que oliera a práctica cristiana. Su sobrino Julio Caro Baroja estuvo veinticuatro horas esquivando presiones para enterrarlo en sagrado… y lo logró. A Franco se le escapó otro escritor.
El cementerio Civil de Madrid guarda la tumba de Pío Baroja. Allí se le preparó una sepultura sobria que aún hoy conserva toda su sobriedad. Sólo una lápida de granito con la inscripción Pío Baroja. Sin fechas, ni epitafios. Nunca hay flores y sólo una enredadera, cuando llega la primavera, se extiende sobre el granito y abraza la tumba. Don Pío se queda entonces en el anonimato más absoluto hasta que llega la época de poda. El día del entierro, el 31 de octubre, llovía a cántaros en Madrid, y el que peor llevó el aguacero fue Camilo José Cela, uno de los que cargaron con el féretro. Se quejó Cela de que el ataúd era tan barato que con la lluvia que caía destiñó y le puso el traje perdido. También fueron hasta el cementerio John Doss Passos, Juan Benet, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso… Menudo escándalo. Toda la intelectualidad enterrando a un ateo.
Pero hubo más desafíos en aquel entierro. Por ejemplo, que se trajera tierra guipuzcoana para mezclarla con la de Madrid y que Baroja pudiera agitarse en contacto con lo que más quiso. Años después, cuando murió su sobrino Julio Caro Baroja, el proceso se hizo al revés. Fue enterrado en Vera de Bidasoa y en su tumba se mezcló tierra de Madrid. El único fallo en aquel funeral tan medido es que a don Pío lo enterraron sin boina. Estuvo el hombre cincuenta años sin quitársela y van y lo entierran sin ella.