En el Pacífico Sur, frente a las costas de Chile, hay un archipiélago que se llama Juan Fernández. Una de las islas de este archipiélago fue bautizada en pleno siglo XX como Robinson Crusoe y otra, como Alejandro Selkirk. Está claro que un nombre procede de la ficción pero el otro, no, porque Alexander Selkirk fue un escocés que hace tres siglos, el 2 de febrero de 1709, fue rescatado después de pasar cinco años sobreviviendo en solitario. El fue el auténtico Robinson Crusoe y el que inspiró la novela a Daniel Defoe.
Alexander Selkirk, en realidad, no naufragó, lo abandonaron en una isla desierta porque se puso chulo. Era contramaestre en un barco corsario inglés y acabó a la greña con el capitán. El barco estaba hecho polvo y, mientras el capitán se empeñaba en continuar, Selkirk le discutía que, de seguir navegando, acabarían haciéndoles compañía a los peces. Y tanto se enconó la bronca que Selkirk le dijo, pues me bajas en la siguiente isla que yo no sigo. Y el capitán lo bajó. El contramaestre contaba con que la tripulación secundara el motín, pero cuando el resto de marineros vio la isla dijeron aquí te quedas tú solo. La chulería de Alexander Selkirk, en realidad, le salvó la vida, porque, efectivamente, el barco se hundió.
Y allí se quedó el marinero, en una isla donde los huracanes estaban empadronados y por donde no pasaba ni Dios. Dejó de hablar, porque los cangrejos no le contestaban, pero poco a poco se reconcilió con su soledad, aprendió a vestirse, a cazar y a pensar en sobrevivir. Se puso ciego a marisco, a sopa de tortuga y a cabrito asado. Y su dieta la completó con muchas verduras, porque en el interior de su isla crecían los huertos que habían dejado los españoles años atrás. Así que, no nos engañemos, cuando lo rescataron, Alexander Selkirk estaba bastante rollizo. Luego llegó Daniel Defoe, se inspiró y nos contó todo esto en su libro Vida y extraordinarias y portentosas aventuras de Robinson Crusoe de York, navegante. Pero quede claro que aquel escocés se salvó gracias a las cabras y las verduras que dejamos los españoles.