La mañana del 8 de marzo de 1976 comenzó el consejo de guerra contra nueve militares españoles que pretendieron reinstaurar la democracia en España poniendo su grano de arena desde dentro del ejército. Ahí es nada. Porque declararte demócrata con Franco vivo, y encima siendo oficial, significaba tenerlos muy bien puestos y estar para que te encierren. Y eso hicieron, encerrarlos.
Eran los «úmedos», los fundadores de la UMD, la Unión Militar Democrática. Este país aún no ha agradecido lo suficiente aquella intentona.
Lo que movió a aquel puñado de militares a fundar la UMD en 1974 fue el triunfo de la Revolución de los Claveles en la vecina Portugal. Aquella en la que el ejército se echó a la calle empujado por capitanes y tenientes y que acabó con la dictadura de cuarenta y dos años del maléfico Salazar. Las libertades volvieron a Portugal, y, mientras, en España muchos ciudadanos se preguntaban dónde estaban nuestros capitanes. Pues haberlos, habíalos, como las meigas, y los capitanes se organizaron.
Elaboraron un ideario en el que se mencionaba a la bicha: soberanía popular, elecciones libres, libertad de asociación… Todo ello dejando claro que no habría ningún intento golpista… que la democracia había que conseguirla desde dentro y por las buenas.
Militares demócratas a Franco… venga hombre. Los pillaron, y aquellos oficiales comenzaron a visitar distintos encierros en castillos militares hasta que comenzó el juicio aquel 8 de marzo del 76. Y menos mal que para entonces Franco ya había pasado a peor vida y la democracia se sospechaba en el horizonte, porque si no las penas no hubieran sido la cárcel y la expulsión del ejército.
Aquellos militares demócratas vieron su vida y su carrera partida por la mitad, y ni siquiera con la democracia instaurada vieron reconocidos sus méritos. Se legalizó hasta el PCE, pero no hubo el suficiente valor de reconocer públicamente y desde el poder político que un puñado de capitanes rebeldes había intentado lo más difícil: promover un ejército y una sociedad democrática. Los «úmedos» ahora son, con la ley en la mano, memoria histórica, pero, sobre todo, son un grato recuerdo de libertad.