Primero, murió su padre, el guapo Felipe; luego, encerraron a su madre, la locuela Juana; después, se murió su abuelo, el católico Fernando; y fue entonces cuando Carlitos de Austria fue proclamado Carlos I, rey de Castilla y Aragón. El 19 de septiembre de 1517 el rey desembarcaba en España para tomar posesión de sus reinos con sólo diecisiete años. Los asturianos casi le dan una somanta de palos cuando le vieron llegar.
La flota que traía al nuevo rey procedía de Flandes y desembarcó más al oeste de lo previsto. Se supone que debía atracar en Cantabria, pero el tiempo se complicó, la ruta se desvió y los barcos acabaron entrando en las costas asturianas. Cuando los paisanos de Villaviciosa, Llanes y Ribadesella vieron llegar aquella comitiva de naves extranjeras, dijeron, tate, nos están invadiendo, y se fueron a por ellos. Costó convencerlos de que aquel chaval del que todo el mundo estaba pendiente era el nuevo rey de España, y que lo único que pretendían ahora era llegar a pie hasta San Vicente de la Barquera, para desde allí iniciar el recorrido oficial hacia Valladolid.
Al final pudieron, y aquello fue sólo el principio de un largo peregrinaje, muy accidentado, recorriendo tierras españolas para darse a conocer como nuevo monarca. Tordesillas, Valladolid, Aranda de Duero. Luego Zaragoza, Barcelona… y todo esto sin hablar ni papa de español.
Pero con quien se entendió muy bien Carlos I nada más llegar fue con su abuela, Germana de Foix. Tuvieron tanto gusto de conocerse que acabaron liados y teniendo una hija. El hecho de que fuera su abuela es una anécdota, porque no lo era de sangre. Germana de Foix era la segunda esposa de Fernando el Católico y una viuda muy mona de veintinueve años cuando acudió a recibir al nieto de su marido para hacerle más agradables sus primeros contactos con el reino.
Por la niña que tuvieron no pregunten; la bautizaron como Isabel y fue convenientemente enclaustrada en un convento. Qué cosas pasan en los imperios sacros.