¿Quién dijo que preferiría que le sacaran las muelas antes que volver a entrevistarse con Franco? Ese mismo, Hitler.
Se vieron las caras en el famoso encuentro en la estación de Hendaya el 23 de octubre de 1940. Franco, con gorro cuartelero. Hitler, con gorra de plato. Fue una cita a ciegas entre dos señores con bigote que, lejos de enamorarse, acabaron pensando que el otro era un imbécil. En realidad, quedaron para ver quién podía sacar mayor tajada.
A Hitler no le iban tan bien las cosas contra Gran Bretaña y le hubiera venido bien que España entrara en guerra para invadir Gibraltar, asentarse en el norte de África y tomar el control del Estrecho. Franco dijo, vale, pero a cambio quiero el Marruecos francés, el Oranesado, la ampliación territorial del Sáhara y Guinea… mucha comida, mucho material militar y la defensa de las Canarias. «Hombre, camarada Paco —debió de replicar Hitler—, yo cuando te mandé a la Legión Cóndor no puse tantas condiciones».
Al principio, el encuentro de Hendaya prometía. Pero cuando Franco abría la boca sólo para pedir y adular e intentaba adornar la charla con anécdotas de la mili, Hitler comenzó a bostezar. A las seis y media de la tarde, aburrido, el Führer le dijo a su asistente, anda, dale el protocolo y que lo estudie. Al darse media vuelta soltó la famosa frase: «Con éstos no se puede ir a ningún sitio». El protocolo era el Pacto Tripartito, un acuerdo de colaboración entre Alemania, Italia y Japón. Franco lo firmó, pero con la condición de que España entraría en guerra cuando el gobierno lo considerara conveniente.
Todo salió mal aquel día. Hasta el último momento. Franco, al despedirse en posición de firmes y saludo castrense desde la plataforma de su tren, perdió el equilibrio porque la máquina arrancó de golpe. Si no lo agarra Moscardó, Franco acaba en el suelo. Pero es que salieron mal hasta las fotos. La agencia Efe descubrió en 2006 que otras dos imágenes del encuentro de Hendaya estaban trucadas. Cuando Hitler y Franco no salían en posturas poco marciales, aparecían con los ojos cerrados, así que hubo que hacer recorta y pega para que las fotos de la cita de Franco y Hitler que se distribuyeron aquel 23 de octubre tuvieran la gallardía que requerían aquellos dos señores con bigote y brazo en alto. Quedaron monos.