La primera intentona de España para ser republicana duró exactamente once meses, porque el 3 de enero de 1874 un nutrido grupo de guardias civiles irrumpió en el Congreso de los Diputados y, siguiendo órdenes del capitán general Manuel Pavía, ordenó la disolución de las Cortes como sólo ellos saben hacerlo: a tiros. La Primera República se fue a hacer gárgaras.
Aquel pronunciamiento militar sólo dio el tiro de gracia a la Primera República española, porque la República ya estaba herida de muerte. El golpe de Estado del general Pavía fue una locura más dentro del psiquiátrico en el que se había convertido España. La política no había por donde agarrarla, la Administración era un caos y cada provincia campaba por sus respetos, con Sevilla declarándose por su cuenta República Social mientras en Cartagena se instalaba una Junta Revolucionaria y los carlistas daban la matraca en Vascongadas y Navarra. España era un circo de tres pistas.
Hubo cuatro presidentes del Gobierno en menos de un año y, en la madrugada de aquel 3 de enero, a punto de votarse un quinto —el que iba a sustituir al dimitido Emilio Castelar— el presidente de la Cámara, Nicolás Salmerón, leyó una nota que acababan de pasarle dos guardias civiles y en la que se ordenaba «desalojar el local en un término perentorio o de lo contrario se ocuparía a viva fuerza». Serían golpistas, pero también cursis como repollos.
Los señores diputados se indignaron y olvidaron sus diferencias de sólo minutos antes; hubo hasta quien propuso que todos aguardaran la muerte sentados en sus escaños, y la propuesta se aprobó, pero les pudo la sangre cuando por fin irrumpieron los guardias civiles. Algunos diputados se liaron a trompadas con ellos en los pasillos, pero en cuanto se oyeron los primeros tiros, otra parte de sus señorías escaló el hemiciclo a la velocidad del rayo.
Al final triunfaron las armas, pero el éxito de aquel golpe se debió sobre todo al agotamiento de los españoles, que ni prestaron atención a los militares ni hicieron caso a los políticos. Tejero quiso repetir la jugada, pero se equivocó de época y, sobre todo, equivocó el país.