Menos de tres años duró Amadeo de Saboya con la corona española puesta. Fue Amadeo I, alias «quién me ha mandado a mí meterme en esto». Las Cortes lo eligieron rey el 16 de noviembre de 1870 con 191 votos a favor. El resto de la Cámara hizo una votación de locos: 60 pretendían la república federal; 1, la república indefinida; 2, la unitaria; 27 querían por rey al duque de Montpensier, cuñado de Isabel II; 9 votaron por Espartero y su caballo… en fin, que de aquella sesión no podía salir nada bueno, por eso salió Amadeo. El nuevo rey entró con mal pie. España estaba empobrecida, la bronca política era monumental; la aristocracia lo miraba como un extranjero chulito; la Iglesia no lo quería ni en pintura y a la plebe no le gustaba un pelo que su nuevo rey no hablara español.
Las Cortes de 1870 se empeñaron en que España volviera a tener monarquía —por costumbre más que nada, no por necesidad—, pero no podía ser un Borbón porque dos años antes habían echado a Isabel II. Y, además, tenía que ser un rey que gustara al resto de países europeos. Se llegó a pensar en el príncipe alemán, atentos, Leopoldo Hohenzollern-Sigmaringen, al que en Madrid llamaban «Ole, ole si me eligen» porque aquello no había dios que lo pronunciara. Con un rey que diera lugar a tal pitorreo, finalmente fue seleccionado Amadeo de Saboya, un apellido también con rima pero más fácil de pronunciar. Amadeo de Saboya puso el pie en su trono sin saber por dónde le venían los tiros y con infinidad de frentes políticos abiertos. Y, encima, nada más llegar a Madrid su primer acto oficial fue ir a la basílica de Atocha a comprobar que el general Prim, su principal valedor, estaba muerto. Ya nada salió bien. Su reinado fue a trompicones y llegó el momento en que Amadeo I de Saboya se largó al grito de «los españoles son ingobernables». Dos años y tres meses después de haber sido proclamado rey de España, Amadeo firmó la dimisión y salió hacia Italia sin hacer las maletas. ¿Dimisión? Hombre… un rey abdica o huye, pero no dimite. Dónde se ha visto semejante extravagancia.