Bando real contra el «¡Viva la Constitución!»

La noche del 8 de octubre de 1824 estaba todo preparado para que alguaciles y funcionarios de la corte comenzaran a clavar en todas las plazuelas de Madrid un bando que condenaba al patíbulo a todo aquel insensato que gritase en público «¡Viva la Constitución!». El bando lo leyeron primero los madrileños, pero en pocos días no había plaza de ciudad o pueblo de España donde no quedara colgada la amenaza. Dio lo mismo, unos cuantos gritones siguieron dando voces por la libertad.

La Constitución a la que no se podía jalear era La Pepa, la de 1812, un texto que más que una Constitución era el río Guadiana. Aparecía y desaparecía según tuviera el día Fernando VII. Dos años después de promulgada volvió el rey de su exilio y la tiró por tierra. Se recuperó durante el Trienio Liberal, pero volvió otra vez el rey a dar la matraca con eso de que el único que podía mandar era él y, esta vez, para defender su tesis se trajo a los Cien Mil Hijos de San Luis. Como ya eran muchos, la Constitución se fue definitivamente al garete y comenzó la famosa Década Ominosa, la restauración del absolutismo con el maligno y cínico Borbón en el trono. Cínico, porque fue él quien dijo eso de «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional». Hasta que se cansó de andar.

Fernando VII se la tenía jurada a los liberales y a su maldita Constitución, y tuvo un apoyo excelente en el mayor pelota de la corte, el ministro de Justicia Francisco Tadeo Calomarde, que fue quien redactó el bando. Para la historia política de España ha quedado la frase que acuñó Jacinto Benavente para meterse con los gobernantes de turno. «Este es el peor gobierno desde los tiempos de Calomarde», se decía.

El bando condenando a muerte a quien vociferara «¡Viva la Constitución!» surtió relativo efecto, porque el alboroto no se acalló. Es más, cuando los detenían, al grito constitucional añadían «muera el Rey», «viva la libertad», «abajo los realistas». Total, como no les podían matar cuatro veces…