Legión Cóndor, el orgullo de Hitler

«Camaradas, me siento feliz de saludaros personalmente y teneros ante mí, porque estoy orgulloso de vosotros. Partisteis para ayudar a España en una hora de peligro y volvisteis convertidos en aguerridos soldados. Sois un ejemplo. ¡Viva el pueblo español y su jefe Franco!». Dicho lo cual, pero en alemán, Hitler, se quedó tan ancho. Fue el 6 de junio de 1939. Los que escuchaban en posición marcial eran los catorce mil soldados supervivientes de la Legión Cóndor.

Los últimos soldados de la Legión Cóndor habían regresado a Alemania apenas una semana antes, después de muchos y variados homenajes en España por haber prestado su inestimable ayuda al bando golpista. Pero aún faltaba la traca final, el recibimiento que les dispensó Hitler. El Führer dio la bienvenida a la Legión Cóndor en un lugar por el que hoy pisan miles de turistas, la Isla de los Museos de Berlín. Hitler estaba en una tribuna sobre las escalinatas, justo en la mitad del frontis que forman las dieciocho columnas de lo que ahora es el Viejo Museo, el que guarda el famoso busto de Nefertiti.

Frente a Hitler se alineaban con la típica bizarría germana catorce mil soldados más tiesos que una vela. La escena era extraña, porque vestían un uniforme que no correspondía a ninguna unidad del ejército alemán. Además, había muchos estandartes con nombres de soldados muertos y Alemania no estaba oficialmente en guerra con nadie. Todavía.

Eran los soldados con los que Alemania materializó su ayuda al bando golpista en la Guerra Civil, que regresaban triunfantes y perfectamente preparados tácticamente para la que se estaba preparando. Porque la Legión Cóndor no sólo le vino de perlas a Franco, también sirvió a los intereses estratégicos de Alemania.

España fue el perfecto banco de pruebas para que los soldados adquirieran experiencia y para probar la efectividad de nuevo armamento. Inmediatamente después de aquel 6 de junio, la Legión Cóndor quedó disuelta, pero cuando los soldados no habían terminado de quitarse las botas, tuvieron que volver a calzárselas. Tres meses después comenzaba la Segunda Guerra Mundial, y los mejores especialistas para acometerla se habían forjado en la Legión Cóndor.