Se las prometía felices Napoleón Bonaparte el 26 de febrero de 1815, el día que huyó de su primer destierro en la isla de Elba, en el Mediterráneo. Napoleón salió más cabreado de lo que entró y dispuesto otra vez a comerse el mundo. ¿Por qué acabó Napoleón desterrado en la isla de Elba? Porque tenía a las potencias europeas hasta el gorro. Es que lo invadió todo. Egipto, Holanda, España, Polonia, Italia, Austria… hasta que en Rusia calculó mal sus fuerzas y más que escaldado salió helado. Aquella caída en desgracia provocó que Europa se uniera y que hasta sus mariscales se rebelaran contra él. Entre todos le obligaron a abdicar y Francia le dio el gobierno de la isla de Elba, que era como decirle, anda, quédate allí y déjanos en paz.
Pero en Elba Napoleón se aburría como una ostra, y en los nueve meses y medio que permaneció confinado no dejó de darle vueltas a la cabeza para recuperar su trono imperial. La noche del 26 abandonó la isla acompañado por su escolta, pero, claro, no podía plantarse en París y decir aquí estoy yo. Necesitaba apoyo popular y, sobre todo, tropas. Así que desembarcó en Cannes, donde el festival de cine, y marchó hacia el este para conseguir el favor de los campesinos.
Al paso le salió el Quinto de Infantería, y el oficial al mando ordenó disparar, pero los soldados se quedaron petrificados. Napoleón se percató de que aún tenía el apoyo de la soldadesca y fue cuando soltó su famosa arenga: «Soldados del Quinto… ¿me conocéis? Soy vuestro emperador. Quien quiera puede disparar». Ni un tiro se oyó.
En menos de un mes Napoleón entraba en París, y como los franceses no estaban muy conformes con Luis XVIII, que era quien gobernó durante el destierro de Bonaparte, pues al principio no tuvo mayor problema. Pero las potencias europeas no tragaban con su regreso, y aunque Bonaparte prometió estarse quieto, la guerra se hizo inevitable. Los famosos Cien Días del emperador en el poder terminaron en Waterloo. Pero ésa es otra historia y, como dijo Rudyard Kipling, debe ser contada en otra ocasión.