Colón regresa a Palos

Tan contento llegó Colón, el 15 de marzo de 1493, al mismo puerto de donde había partido siete meses antes. Regresaba de su primer viaje a las Indias, triunfante, con una nave menos, una tripulación hecha polvo, un par de indios mareados, varios papagayos y una ignorancia supina. Anunció a bombo y platillo que había abierto una nueva ruta y que había llegado a los alrededores de China. Aun después de cuatro viajes, siguió sin enterarse de que había descubierto un continente.

Colón tocó el puerto de Moguer, a orillas del río Tinto y al mando de La Niña , sólo unas horas antes de que lo hiciera La Pinta, comandada por Martín Alonso Pinzón. Y, por cierto, llegaron de morros y no se volvieron a dirigir la palabra, sobre todo porque el Pinzón se murió a los pocos días.

Lo primero que hizo la tripulación de La Niña, con Colón a la cabeza, nada más desembarcar aquel 15 de marzo fue encaminarse al convento de Santa Clara, allí mismo, en Moguer, para cumplir lo que se conoció como el voto colombino. Esto del voto fue una promesa que hizo la tripulación sólo un mes antes, a mediados de febrero y en pleno temporal en las Azores, si se daba el milagro de salir con vida de aquel mar embravecido. Tiene gracia. Toda la vida oyendo hablar del anticiclón de las Azores y al pobre Colón le pilló una borrasca.

Como aquel milagro se dio, la tripulación cumplió con el voto colombino y se fue de inmediato al convento de Santa Clara, donde el descubridor encendió un cirio de cinco libras de cera, pidió una misa y se pasó toda la noche de vigilia. Los papagayos los dejó fuera. Precisamente por esta acción de gracias el convento ha pasado a ser el monumento colombino más importante de Moguer y cada año aún se conmemora el evento.

Una vez en paz con Dios, Colón emprendió camino a Barcelona para recibir de los reyes los agasajos, gobiernos, virreinatos y títulos prometidos. Se los dieron, pero conste que él continuó empeñado en que había llegado a China.