Sir Francis Drake

Cuán cierto es eso de que todo es según el color del cristal con que se mira, porque no hay país que no tenga en la nómina de los héroes a personajes que no son más que villanos para el resto del mundo. Francis Drake, por ejemplo. Un figura en su país y un ladrón y asesino a sueldo para quienes sufrieron sus saqueos y sus bandidajes. O sea, los españoles. El 9 de enero de 1595 se acabaron sus fechorías. Murió de disentería y dio con sus huesos en el agua porque así lo dictaba la ley del mar. Para Inglaterra murió un héroe; para España, un bandido.

Sir Francis Drake no era exactamente un pirata, ni un bucanero, ni un filibustero. Era un corsario, una rama finolis de la piratería, porque actuaba con patente de corso expedida por la reina y bajo el amparo de la corona de Inglaterra. No tenía parche en el ojo, ni tenía un loro por mascota, ni iba zarrapastroso. Vestía bien, llevaba la barba bien peinada y era limpio y aseado, pero tan delincuente como los que llevaban la pata de palo. Drake, simplemente, era el más pijo de los piratas.

Los golpes más sonados de este corsario los dio en puertos españoles en el Caribe y a barcos que transportaban de América a España lingotes de plata, monedas de oro, joyas y piedras preciosas. Una vez consiguió abordar un buque español, conocido como El Cagafuego por la cantidad de cañones que llevaba a bordo para proteger las riquezas, y se calcula que birló un botín de 400.000 pesos de la época, unos 18 millones de euros de ahora según los que saben calcular estas cosas.

Cierto es también que Francis Drake fue un gran navegante, aunque no tan bueno como los españoles. Fue el primer inglés en pasar el estrecho de Magallanes, después de Magallanes, por supuesto; y el primer inglés en completar la vuelta al mundo, después, evidentemente, de Juan Sebastián Elcano. Y fue también el que logró derrotar a la Armada Invencible, aunque ya quedó claro en su día —y en este caso concreto nos interesa creerlo— que no fue él, que fueron los elementos. Es lógico que tuviera tanta ojeriza a los españoles. Robar, nos robaba mucho, pero ganar, no nos ganaba ni una.