Leonardo y su «ornitóptero»

La primera vez que alguien escribió sobre aviación civil fue el 14 de marzo de 1505. Hace cinco siglos que Leonardo da Vinci dejó escrito en su diario que el hombre un día llegaría a volar, y se le ocurrió mientras observaba el vuelo de un buitre cuando iba de camino desde Florencia a Fiesole —Leonardo, no el buitre—. Escribió que «las aves de grandes alas y ala corta despegan del suelo con ayuda del viento», y a partir de ese momento no abandonó la idea de diseñar algo que permitiera volar al hombre mezclando la mecánica y eso mismo, la fuerza del viento. El primero que voló se la pegó.

Leonardo construyó un artilugio con alas de tela parecidas a las de un murciélago, cortas y anchas. Sólo había que agitar los brazos para mover un sistema de poleas y tensores que trasladarían ese movimiento a las alas. Da Vino lo llamó «ornitóptero» y cuando estuvo terminado él y sus asistentes trasladaron el artefacto a un monte en un día soleado de ligera brisa. Leonardo era un genio, pero no era tonto, así que no tripuló el su aparatejo. Subió a uno de sus asistentes, a Antonio, y Antonio voló un rato y luego cayó en picado y se rompió una pierna. Pero, bueno, ésos eran los riesgos de ser asistente de Leonardo da Vinci, que todo lo que inventaba el maestro había que probarlo.

Leonardo inventó de todo y, aunque la mayoría de sus ingenios no funcionaron, al menos sentó las bases para que sí lo hicieran siglos después. Construyó algo parecido a un submarino, a un traje de buzo, unos flotadores para caminar sobre el agua, un carruaje sin caballos que era claramente el antecesor del automóvil… diseñó volantes, paracaídas… de todo, aunque lo cierto es que tuvo más fracasos que éxitos.

Como cuando se empeñó en desviar el curso del río Arno para unir Florencia con el mar y acabó convirtiendo la ciudad en un enorme pantano. Llegó el verano, los mosquitos proliferaron y Leonardo acabó provocando una epidemia de malaria. Un desastre.