Isaac Peral, el sumergible hundido

Nadie es profeta en su tierra. El cartagenero Isaac Peral, tampoco, y si lo fue, sólo durante diez minutos. El 9 de septiembre de 1885 presentó oficialmente al gobierno español su proyecto de torpedero sumergible. Pasmados se quedaron. Aquello era tecnología punta, un arma de destrucción masiva de las de entonces, la oportunidad de dejar boquiabierto al mundo porque era el primer submarino efectivo con motor eléctrico. Pero fue un espejismo. La mojigatería de algunos políticos, las presiones internacionales interesadas y la envidia de sus colegas marinos acabaron por hundir el sumergible de Isaac Peral. ¿Un submarino? Valiente paparruchada.

La escuadra naval española estaba para el arrastre, con barcos que no se renovaban desde ni se sabe y con la tecnología obsoleta. Para colmo, en aquel 1885 España andaba a la greña con Alemania por la posesión de las Carolinas, unas islas perdidas en mitad del Pacífico, que al final se quedaron los alemanes. Como nuestra armada se componía sólo de un puñado de cafeteras desgastadas con casco de madera, en caso de que Alemania intentara atacar nuestras costas nos iban a dar la del pulpo. Por eso Isaac Peral caviló un artefacto que pudiera sorprender a los alemanes en caso de ataque. Un arma que les diera por donde menos lo esperasen.

Y al principio todo fue muy bien. Peral fue celebrado, aclamado, comparado con Colón y apoyado política y económicamente para que construyera su sumergible. El ingeniero naval superó cien pruebas y mil desconfianzas; sorteó zancadillas y demostró que la armada española podría recuperar su esplendor. Hasta que entraron en juego mentes estrechas como la del conservador Cánovas del Castillo. ¿Saben lo que dijo de Isaac Peral?: «¡Vaya! un quijote que ha perdido el seso leyendo la novela de Julio Verne».

Ahí se acabó el sueño, y aunque el sumergible de Peral consiguió una velocidad que no alcanzaron ni de lejos los submarinos construidos muchos años después y una efectividad como arma sorprendente, al submarino lo hundieron. Y Peral, harto, envió a todo el mundo al mismo sitio a donde enviaron su proyecto, a hacer gárgaras.