El 12 de octubre de 1492 un tipo subido en lo alto de un mástil gritó: «¡Tierra!», y el mundo se puso del revés. Se llamaba Juan Rodríguez Bermejo, era sevillano y pasó a la historia como Rodrigo de Triana. El marinero iba a bordo de La Pinta, por delante de la carabela en la que estaba don Cristóbal, cuando vio la isla de Guanahaní.
Está muy bien eso de que el 12 de octubre Colón descubrió América. Pues, no. Colón la descubriría, pero fue Rodrigo el que la vio. Con este asunto hubo sus más y sus menos, porque el descubridor había prometido 10.000 maravedíes al primero que divisara tierra, y cuando Rodrigo de Triana le reclamó la recompensa Colón dijo que nanay. Que él la había visto primero. Pero, por el amor de Dios… si Colón iba en la carabela de atrás. El marinero Rodrigo acabó tan enfadado que se largó al norte de África y allí terminó sus días convertido al islamismo.
Está claro que Colón era un tacaño importante y que se embolsó los 10.000 maravedíes. Menos mal que fray Bartolomé de las Casas hizo una crónica de alcance y puso las cosas en su sitio. El fraile dejó escrito que fue Rodrigo el primero en ver y gritar «¡tierra!», y que Colón, mientras el marinero se desgañitaba en lo alto de la torre, preguntaba a otro oficial: «¿Tú ves algo? Porque yo no veo nada…». Y el oficial le respondía: «Pues yo tampoco veo nada». Y Rodrigo seguía en su puesto de vigía dando brincos y gritando «¡tierra!» como un poseso.
Con la llegada de Colón, en América se acabó el sosiego y el correr en taparrabos por la selva. La cruz se impuso a sangre y fuego; el oro, la plata y los tomates comenzaron a salir a manos llenas con destino a España, y hasta hoy.