Pasados sólo unos minutos de la medianoche del 14 de julio de 1881 se largó de este cochino mundo William McCarthey para entrar en la leyenda como el mítico Billy el Niño, el imbatible forajido de veintidós años y con veintiuna muescas en la culata de su revólver. Aquella noche de hace casi ciento treinta años, el sheriff Pat Garrett se cargó a Billy el Niño, consiguió los 5.000 dólares de la recompensa y se pasó el resto de su vida vacilando de haber matado al bandido más famoso de Nuevo México.
Billy el Niño tenía muy cabreado a Pat Garrett, porque hacía menos de tres meses que el sheriff había logrado encarcelarlo, pero el forajido se le escapó de la cárcel con el viejo truco de ir al servicio. Como tenía unas muñecas muy finas, se zafó de las esposas, desarmó a los dos ayudantes de Garret y le pegó un tiro a cada uno. Sin embargo, el gran error de Billy el Niño tras su huida fue quedarse en Nuevo México. Al parecer andaba en tratos con una hispana muy mona y no se quiso ir. Se empleó en un rancho donde relajó sus costumbres porque se sentía protegido y rodeado de amigos.
Billy, que nunca salía sin su Colt 41 al cinto y su Winchester al hombro, aquella medianoche abandonó su habitación descalzo y desarmado para buscar algo de comer. Cuando regresaba vio unas sombras que entraban en su cuarto y, ya dentro, con el perfecto español que manejaba preguntó: «¿Quién es?, ¿quién anda ahí?». La respuesta fue un certero disparo al corazón.
Aquí comenzó la leyenda de Billy el Niño, capturado gracias a la traición de un amigo que le chivó a Pat Garret el paradero del pistolero más buscado de Nuevo México. Es el bandido más biografiado y peliculero de la historia, cuyo mérito fue sobrevivir veintidós años en el duro oeste jugando al póquer, robando ganado y disparando antes de que le dispararan a él. Todo lo demás que rodea a Billy el Niño navega entre la realidad y la ficción más romántica. Ya lo dijo alguien, «los americanos adoran a los héroes y siempre los eligen entre los fuera de la ley».