Decir que el 10 de mayo de 1838 nació un crío al que llamaron John Wilkes Booth suena a poco. Pero a Abraham Lincoln este nacimiento le hizo la pascua, porque Booth fue su asesino. Era hijo de actores, él mismo se metió a actor y llegó a ser todo un especialista en Shakespeare. Pero llegó un momento en que buscó más protagonismo del que aconseja la cordura y decidió cometer el primer magnicidio de la historia de Estados Unidos. Triste honor.
John Wilkes Booth estaba cabreado con el presidente Lincoln porque los confederados habían perdido la guerra con la Unión. Tampoco se entiende muy bien de dónde había mamado esas ganas de guerrear por la secesión estadounidense ni por qué le enfadó tanto que los esclavos fueran liberados. El era hijo de inmigrantes ingleses… prácticamente un recién llegado. Y encima apuntó hacia Lincoln, precisamente el hombre que le había aplaudido un año antes tras una representación teatral. Y, eso sí, teatrero era un rato, porque asesinar al presidente al grito de «sic semper tyrannis», dicho así, en latín, es querer pasar a la historia dando la nota. Ése era el lema del Estado de Virginia, uno de los primeros en sumarse a la secesión, y significa, más o menos, «así suceda siempre a los tiranos».
Días después del asesinato la policía dio caza al magnicida, pero como en Estados Unidos les encantan las teorías conspiratorias, de inmediato se inventaron una: todavía hay quien dice que no mataron a Booth, sino a un cabeza de turco para cerrar el caso. Unos dicen que se suicidó más tarde en Oklahoma y otros, que huyó a Japón y vivió feliz y contento el resto de sus días. Y una última curiosidad en torno a este hombre, recientemente desvelada por el diario londinense The Times y que ha resultado ser uno de los secretos mejor guardados por la esposa del ex primer ministro británico Tony Blair. El nombre de soltera de Cherie Blair era Booth, porque desciende del hermano del asesino de Abraham Lincoln. Vamos, que el que mató al presidente era su tío abuelo. Sorpresas te da la vida.