El atentado anarquista al Liceo de Barcelona sólo fue uno de los primeros estornudos de una gripe anarquista que infectó España a finales del siglo XIX y principios del XX. La fiebre estaba aún alta cuando el 12 de noviembre de 1912 José Canalejas, presidente del Consejo de Ministros y líder del Partido Liberal, fue una muesca más en la culata anarquista. El exaltado Manuel Pardiñas lo dejó en el sitio de dos disparos en plena Puerta del Sol.
Iba el hombre tan tranquilo caminito del Ministerio de la Gobernación, lo que hoy es la sede de la Comunidad de Madrid, cuando se paró don José donde se paraba siempre: frente al escaparate de la librería San Martín, en la esquina de Sol con la calle Carretas. Dos policías que se supone que escoltaban a Canalejas iban demasiado rezagados, y un tercero se había adelantado para comprobar que la entrada al Ministerio estuviera despejada. Conclusión: Canalejas estaba solo. Genial protección. Y allí, frente a la librería, sin moros en la costa, el anarquista Manuel Pardiñas descerrajó dos tiros en la cabeza al presidente del Consejo.
El terrorista intentó huir, pero uno de los policías acertó a liarse a porrazos y, con la ayuda de algún viandante, logró corlarle la huida. Manuel Pardiñas se vio perdido y allí mismo se pegó un tiro para evitar el garrote vil. La conexión anarquista quedó más que demostrada en el asesinato de José Canalejas, pero aún hubo gente que siguió buscando tres pies al gato. Un tal Hakim Boor se empeñó en que a Canalejas lo mataron los masones. Pero nadie le hizo caso, porque Hakim Boor era el seudónimo de Francisco Franco.
Y otro asunto: el primero que reglamentó que los políticos eligieran entre jurar por los Evangelios o prometer por el propio honor fue Canalejas. Sepan, pues, quienes creen que esto de jurar o prometer es una modernez, que se hace desde hace casi cien años. Prometido.