El cura Merino le suena a casi todo el mundo, a unos como héroe y a otros como villano, y todos tienen razón, porque hubo dos curas Merino y los dos contemporáneos. Uno fue un héroe de la Guerra de la Independencia y el otro, el que atentó contra Isabel II el 2 de febrero de 1852. Se llamaba Martín Merino, era franciscano y estaba un poco loco, porque le dio por ir agrediendo a todo dirigente que se le pusiera por delante y que no comulgara con sus ideas liberales extremistas.
El cura Merino ya apuntaba maneras desde el reinado de Fernando VII. Se le atribuye aquella frase que gritó al rey con la Constitución en una mano y una pistola en la otra. «O te la tragas o te mato», le dijo. De aquí fue derechito al exilio.
Pero el cura Merino volvió y, en plan comando Vizcaya, como no tenía cosa más productiva que hacer, se elaboró una lista de sus objetivos. Entre ellos el general Narváez y la reina Isabel II. Decidió empezar por arriba, por la reina, y lo primero que hizo fue equiparse con el armamento adecuado, así que se fue al Rastro madrileño y se compró una navaja de Albacete de segunda mano.
Aquel 2 de febrero esperó a que la reina saliera de palacio camino de la basílica de Atocha, porque acababa de parir hacía poco más de un mes y llevaba a la niña, a la conocida luego como la Chata, para ofrecerla a la Virgen. El cura Merino esperó entre el gentío, se abrió paso entre los alabarderos… porque, claro, quién iba a desconfiar de un tipo vestido de cura… se fue a por la reina y le clavó la navaja en un costado. La frase esta vez fue «toma, ya tienes bastante». Este hombre, desde luego, no tenía desperdicio con sus frases lapidarias.
La reina se desmoronó con su bebé en brazos, el coronel de los alabarderos cogió al vuelo a la niña, el rey consorte Francisco desenvainó su espada en un ataque de hombría extraño en él y el cura Merino se salvó por los pelos en aquel momento. La reina sólo tenía un rasguño, porque aquellos ropajes eran auténticos chalecos antibalas y antipuñales de Albacete, pero al cura Merino sólo le faltaban seis días para pisar el patíbulo. Su ejecución es otra historia…