Sifilítico Al Capone

Llevamos más de seis décadas sin Al Capone y nadie le echa de menos. El 25 de enero de 1947 moría demente perdido sin ser ni sombra de lo que fue Alfonso Capone, uno de los malos más malos de la historia del hampa.

Malo, pero también más listo que el hambre, porque después de toda una vida de fechorías, asesinatos, sobornos, trata de blancas, tráfico de alcohol y drogas, y apuestas clandestinas sólo pudo ser condenado por un mísero delito fiscal. De jovencito sí firmaba sus crímenes, porque se estaba haciendo una carrera criminal y no le quedaba más remedio que apretar el gatillo para pasar el examen, pero en cuanto organizó su propia banda ya se hizo muy difícil pillarle. Sobre todo porque tenía en nómina a media policía y a tres cuartos de la judicatura.

Pero al final le cazaron. Y lo hizo Kevin Costner, que se parecía horrores a Elliot Ness, el policía que con sus nueve agentes intocables consiguió que Al Capone diera con sus huesos en prisión por evasión de impuestos. Le condenaron a diez años y lo encerraron en un vulgar centro penitenciario, con lo cual Al Capone seguía controlando sus negocios desde la cárcel y viviendo a cuerpo de rey.

La buena vida se le acabó cuando fue trasladado a Alcatraz, donde se le vinieron encima todas sus miserias y las consecuencias de una sífilis que nunca se dejó tratar. Y esto tiene guasa, porque este criminal casi sin alma le tenía tanto miedo a las inyecciones que nunca permitió que le pusieran una para curarle la sífilis. El pánico a las inyecciones es una subfobia de la hematofobia, el miedo a la sangre, y los dos terrores suelen ir unidos. Así que ya me contarán qué hacía Capone cuando se encontrara con las matanzas que él mismo provocaba. O miraba para otro lado o se desmayaba cada dos por tres.