El asunto no tiene la menor gracia, porque se trata de recordar que el 7 de diciembre de 1982 un hombre de raza negra llamado Charles Brooks estrenaba un revolucionario método de ejecución: la inyección letal. Por supuesto, fue en una cárcel de Texas, ese Estado tan orgulloso de ser el que más y mejor mata en Estados Unidos. Lo cierto es que lo hacen muy bien, no se les escapa ni uno vivo. En los diez primeros meses de 2008, según informaciones de Amnistía Internacional, habían sido ejecutados veinticuatro reos, todos por inyección letal, salvo uno, que eligió ser electrocutado en Carolina del Sur. Los hay caprichosos.
Estados Unidos es el único país democrático, junto con Japón, que sigue aplicando la pena de muerte. Intenta, eso sí, que duela menos, por eso optaron en 1982 por inaugurar la inyección letal, porque la cámara de gas, la silla eléctrica, la horca y el fusilamiento hacen más daño y, además, son muy desagradables para los testigos que acuden a los asesinatos. Alguno salía hasta vomitando. En Estados Unidos creen haber revolucionado las técnicas de ejecución con esto de la inyección letal, pero, en realidad, se lo copiaron a los nazis, que ya las usaban en los campos de concentración.
La aplicación es sencilla: consiste en atar a una camilla al futuro asesinado e inyectarle un cóctel letal. Primero, pentotal de sodio para atontarlo; luego, bromuro para relajar los músculos y después, cloruro de potasio, que colapsa primero los pulmones y luego el corazón. Ya está. Se supone que este método es el más humano porque te liquidan en segundos y no duele. La mala noticia es que a veces sí duele, y mucho, y que la agonía de algunos condenados se ha alargado durante cuarenta y cinco minutos. Unas veces porque no le encuentran una buena vena; otras, porque los espasmos involuntarios expulsan la aguja; otras, porque el aparato se atasca; y otras porque los enfermeros anestesistas son unos inútiles.
Ya se sabe lo que creen muchos estadounidenses, que la pena de muerte evita futuros crímenes. Está claro que los últimos informes del FBI están mal hechos, porque resulta que gran parte de las ciudades con mayor criminalidad de Estados Unidos son de Estados que aplican la pena de muerte. Será que matan a pocos.