En el calendario de la Revolución industrial hay que marcar en rojo el 15 de septiembre de 1830. Arrancó en Liverpool la primera locomotora a vapor, una máquina infernal que alcanzaba la endiablada velocidad de 30 kilómetros por hora. El destino era Manchester y con ella quedó inaugurada la primera línea férrea del mundo para el transporte de pasajeros y carga que funcionaba sólo con vapor. Ahora, la mala noticia: aquel día se produjo la primera víctima mortal de un accidente de ferrocarril.
La inauguración de la línea Liverpool-Manchester puso a Inglaterra boca abajo y al inventor de la locomotora, a George Stephenson, en la vanguardia industrial. Cincuenta mil espectadores acudieron a ver el estreno y los primeros espadas de la política hicieron aquel primer viaje para ser testigos de cómo la revolución del transporte arrancaba a todo tren. Todo fue bien, muy bien, hasta que la locomotora paró en mitad del recorrido para repostar agua. Como en el tren iban varios parlamentarios, alguno bastante pelota, uno de ellos quiso aprovechar la parada para ir a saludar al duque de Wellington, el primer ministro inglés, que viajaba en otro vagón.
El duque hablaba desde la ventanilla y el político William Huskisson desde las vías, pero no se percató, enfrascado en su charla con el primer ministro, de que por la vía contraria se acercaba otra locomotora. Lo arrolló, y el parlamentario se convirtió en el primer muerto por accidente de tren. Se confirmó así la desconfianza que tiempo antes un político de la Cámara de los Comunes le planteó a Stephenson cuando acudió a defender su proyecto. Le preguntó el parlamentario: «Supongamos que una de sus máquinas va marchando a razón de unos 3 kilómetros por hora y que una vaca cruzase la línea e interceptara el camino de la máquina, ¿no sería esto una circunstancia muy delicada?». A lo que Stephenson respondió: «Sí, muy delicada para la vaca».