Un tipo llamado William H. Russell puso el siguiente anuncio en un periódico de Missouri hace siglo y medio: «Se buscan jóvenes delgados y resistentes menores de dieciocho años. Deben ser jinetes expertos, dispuestos a arriesgar la vida todos los días. Preferentemente huérfanos. Veinticinco dólares semanales de sueldo». Se presentó un buen puñado y el 3 de abril de 1860 nació de forma oficial el Pony Express, el primer servicio de correos efectivo de Estados Unidos y también el más peligroso. William Cody entró en nómina con quince años. Cuando creció ya se le conocía como Buffalo Bill.
Y es que mandar una carta de la costa este a la oeste era un calvario. Tardaban hasta seis meses en llegar a destino, y no era plan. En carreta se hacía eterno; el ferrocarril quedaba cortado gran parte del invierno por las nevadas, y si las cartas viajaban en barco tenían que bordear América del Sur. Era de locos. Solución: había que crear una ruta a caballo desde Missouri hasta la costa del Pacífico para que el correo llegara en un máximo de ocho o diez días.
Y para eso se necesitaban jinetes delgaduchos y caballos veloces y pequeños —de ahí lo de Pony— que se fueran dando el relevo a lo largo de 3.200 kilómetros. Y sin parar ni de noche ni de día, salvo en los puntos concertados, donde un jinete le pasaba la saca de correos al siguiente. Aquello era tecnología punta.
El anuncio en el periódico sirvió para contratar a doscientos jinetes, que prometieron no beber mientras condujeran, no blasfemar y no pegarse con sus compañeros. Seguramente incumplirían las tres promesas, sobre todo la de no blasfemar, porque cada dos por tres les atacaban los pieles rojas y era imposible no blasfemar con un indio a la espalda tirando a dar.
Una pena que año y medio después de su inauguración este original servicio postal se fuera al garete. Lo mató el telégrafo, un invento, más rápido que el Pony Express, al que los indios llamaban el cable parlante. Cuando hicieron balance de la empresa, resultó que se había invertido doscientos mil dólares y se habían ingresado noventa mil. No siempre las buenas ideas son las más rentables.