Las tradiciones empiezan de la manera más tonta. Sin ir más lejos, la centenaria regata entre Oxford y Cambridge. El 12 de marzo de 1829 un estudiante de Cambridge, Charles Merivale, escribió una carta a un antiguo compañero de colegio, en ese momento estudiante en Oxford, Charles Wordsworth, retando a su universidad a una regata por el Támesis. Oxford aceptó y, salvo ligeros parones en el tiempo por las guerras y otras zarandajas, el reto ha llegado hasta hoy.
Aquel primer desafío que se formalizó el 12 de marzo y se concretó en junio congregó a veinte mil personas a orillas del Támesis. Los contrincantes de Oxford y Cambridge tuvieron que tomar la salida dos veces, porque la primera chocaron entre ellos. Era la primera vez y no estaban muy duchos con los remos, la segunda salida fue válida y acabó ganando Oxford. Todavía es costumbre que el perdedor se encargue de retar al ganador para verse las caras al año siguiente.
Muy pocas cosas han cambiado en ciento y pico años en la tradicional regata, porque continúa siendo un honor ser seleccionado como remero y la carrera sigue marcando el comienzo de la primavera. Por mantenerse, incluso se mantiene que la universidad que consigue pasar primera bajo el puente de Hammersmith acaba ganando.
En total son casi 7 kilómetros dándole que te pego al remo y, cuanto más pesados sean los remeros, mejor. Son ocho en cada bote, y cada uno pesa entre noventa y tantos y ciento diez kilos. El timonel o timonela, que también las hay, es otra historia, porque no debe llegar a los cincuenta kilos. Ya que no rema, que sólo dirige, por lo menos que no añada lastre. Doscientas cincuenta mil personas con una cerveza en la mano se congregan cada año para volver a cruzarse apuestas y ver cómo el timonel de la universidad ganadora acaba en remojo. Como es el más escuchimizado de la tripulación…