El león de la Metro

Los estadounidenses fueron los primeros en olerse que esto del cine era un buen negocio. Y como fueron los primeros en empezar, lógico que ahora sean los que mejor lo hacen. Como la unión hace la fuerza, sobre todo en los negocios, el 17 de mayo de 1924 se llevó a cabo la fusión empresarial más rentable: se unieron las corporaciones Metro Picture, Goldwyn Picture y Louis B. Mayer Pictures. Resultado: la Metro Goldwyn Mayer. Y con ella nació su primera estrella: el león de la Metro.

El león al principio no rugía. Lógico, porque el cine era mudo y no iba a ser el león el único que hablara. Pero, en 1928, cuando se puso de moda el sonoro, se decidió grabar un rugido e incorporarlo al felino. El primer león de la Metro se llamaba Slats y había nacido en Sudán. Se hizo tan famoso que acudía a los estrenos de las películas en un cochazo y acompañado de sus cuidadores. Cosas de los americanos, que saben vender cine como nadie. Pero hay que fijarse, porque no siempre sale el mismo león. A Slats le sucedieron tres felinos más, porque los leones también se mueren.

El eslogan de la Metro en sus dulces años treinta, cuarenta y cincuenta era «más estrellas que en el firmamento». Y era verdad que las tenían. En su nómina tuvieron a Elizabeth Taylor, Marlon Brando, Clark Gable, Greta Garbo, Gene Kelly, Judy Garland, Frank Sinatra, Katherine Hepburn, John Wayne… Y, claro, con estos mimbres se pudieron hacer muy buenos cestos: Ben Hur, Lo que el viento se llevó, Cantando bajo la lluvia, El mago de Oz…

Los estudios de la Metro se convirtieron en la sede del glamour y la contrapartida fue que a sus estrellas se les subió el pavo. Cary Grant, por ejemplo, que se destapó como un tacaño redomado y cobraba los autógrafos a 15 centavos. O Clark Gable, que al principio se negó a hacer el papel de Rhett Butler en Lo que el viento se llevó porque no le gustaban los personajes de época. Y también se negó a interpretar a Fletcher Christian en Rebelión a bordo porque tenía que afeitarse el bigote. En la Metro le dijeron: «Francamente querido, nos importa un bledo». Y se lo afeitó.