Tigres sin trapío

¿Creen que las plazas de toros sólo servían antes para eso, para lidiar toros? Ahora también se usan para mítines, conciertos, para instalar circos y hasta para exhibiciones acrobáticas. Pero antes, a principios del siglo pasado, las plazas también se utilizaban para que el respetable disfrutara de la lucha entre fieras salvajes. Y fue el 24 de julio de 1904, en plena Semana Grande de San Sebastián, cuando en una jaula plantada en el centro del ruedo se enfrentó un toro sevillano a un tigre de Bengala. Resultado: los dos bichos fulminados, un espectador muerto y más de veinte heridos.

Aquel suceso sirvió para que la autoridad competente prohibiera a partir de aquel momento el enfrentamiento de toros con tigres, de toros con elefantes y de toros con leones. O toros contra toreros, o nada.

Aquella tarde del 24 de julio en la plaza de San Sebastián se anunció una novillada de la ganadería sevillana de Antonio López Plata, y una segunda parte de espectáculo en la que el toro Hurón (cárdeno, astifino y con trapío) se encerraría con el tigre César (rayado, bajo de agujas y bien armado). Comenzó la lucha. Hurón se fue a por César… le arreó… y el tigre, un poco manso, todo hay que decirlo, tras recibir el primer envite se hizo el muerto pegado a los barrotes de la jaula.

Al público le supo a poco la pelea y protestó, así que el personal asistente azuzó a César para que se levantara y plantara cara a Hurón. Para que se metiera en su papel de tigre, vamos. César se fue a por el toro y el toro volvió a embestirle, con tan mala fortuna que el golpe del tigre en la puerta abrió la jaula. La pelea siguió en el ruedo para espanto de los espectadores, porque la barrera sirve para frenar a los toros, y no siempre, pero un tigre se la salta a la torera y se hubiera merendado a un par de donostiarras.

Tuvo que intervenir la autoridad armada, que acabó con las dos fieras a tiros en mitad de un caos impresionante. Entre los nervios, el rebote de los disparos, el pánico del respetable y que algunos espectadores también sacaron sus armas, aquella tarde murieron Hurón, César y un humano. Otros veinte acabaron heridos de bala o pisoteados y nunca más se celebraron estupideces de este tipo. Olé.