Historias de la mili

Hace años que se acabó aquello de ir a la mili por obligación, algo que venía impuesto desde el 10 de enero de 1877, cuando se implantó en España el servicio militar obligatorio. Cuatro años de mili. Un infierno peor que el de Rambo, porque entonces España estaba metida en guerras cada dos por tres, y cuando el Estado te arrebataba a un miembro de la familia para hacer la mili… malo. Ya lo decían entonces: Hijo quinto sorteado, hijo muerto y no enterrado.

Aquella ley de 1877 obligaba a que todo mozo español de veinte años dedicara cuatro años de su vida al ejército. Con excepciones, claro, porque se podía pagar por librarse de la mili o mandar a un primo como sustituto del recluta sorteado. Es decir, uno se libraba pagando mil quinientas pesetas al Estado, una millonada, con lo cual es fácil imaginar quiénes podían librarse de ser llamados a filas. Esto se llamaba «redención a metálico», pero no era la única opción legal para excusar el alistamiento: la familia del quinto podía pagar a un pariente hasta en cuarto grado civil para que acudiera a filas en su lugar. El que aceptaba, además de tener que ser como mínimo un primo carnal, también hacía, más que el primo, el panoli. Pero, bueno, para algo tenían que servir los parientes pobres.

Queda claro, pues, que a la mili sólo iban los más desgraciados, y éstos no se podían librar a no ser que midieran menos de 1,54. Y a veces ni por ésas, porque a estos reclutas dados inicialmente como inútiles se les obligaba a volver a medirse tres años después por si acaso habían crecido.

Con la ley de 1912 llegaron otras posibilidades para quedar excluido de la mili: el peso y el perímetro torácico. Pero el ejército fue tan hábil para que no se les escapara ni uno, que lucieron creer que ser bajito, con poco peso y estrecho de pecho tenía pésimas connotaciones sociales y sexuales. Es decir, les hacían sentirse poco hombres, y así, en vez de ponerse contentos por librarse de la mili, los dados por inútiles se agarraban una depresión de caballo porque, socialmente, estaban mal vistos.

Pero todo aquello acabó, y lo malo es que también acabaron las divertidas y fantasiosas batallitas de la mili.