Televisión Española ya ha superado el medio siglo de vida y está muy bien, pero no hay que olvidar que su hermano pequeño, el UHF, todavía es cuarentón. El 15 de noviembre de 1966, la televisión de España, con menos medios pero con grandes aspiraciones, ya podía mirar de frente al resto de teles europeas, porque también ella tenía dos canales. A partir de ese día en que se inauguraron oficialmente las emisiones del segundo canal, cambió la forma de referirse a la tele y comenzó la tortura infantil. O bien tu padre te decía, «niña, pon la tele», que se entendía era la primera cadena porque era la que siempre salía por defecto, o «niña, pon el UHF». El mando a distancia era ciencia ficción. El nacimiento del UHF, después de un año en pruebas, tuvo varios inconvenientes. Primero, que al principio sólo podían verlo barceloneses y madrileños del núcleo urbano; segundo, que si la tele no estaba preparada para recibir el nuevo canal, había que comprar un adaptador que costaba dos mil pesetas, igual que ahora con el descodificador de la TDT; y tercero y peor de los tres, que había que levantarse cada dos por tres a apretar la tecla para ver si había empezado Iñigo con su atrevido Ultimo grito mientras se apuraban al máximo en la primera cadena las peripecias de los detectives de Hawai 5-0. Aquello sí que era un zapeo convulso.
El UHF jugó con ventaja, porque cuando nació ya había cinco millones de familias con una tele en casa. La frase más repetida en cualquier hogar con tele era esa de «enchufa el Askar», aunque fuera un Marconi o un Philips. Pero la segunda cadena también fue una grata sorpresa, porque parece mentira que se pudieran hacer entonces programas como Último grito, con aires hippies y estética pop, tan alejado del esmoquin de Joaquín Prat y de los moños lacados de Laurita Valenzuela en el primer canal. El UHF fue refugio de jóvenes recién salidos de la Escuela Oficial de Cine, jóvenes rompedores, creativos, que tuvieron en la segunda cadena una válvula de escape. Después vendría La Edad de Oro, Metrópolis y, por supuesto, los documentales de la 2. Los que vemos todos, pero que nunca salen en los índices de audiencia. Un misterio televisivo aún sin resolver más de cuarenta años después.