Allá va un chiste malísimo de principios del siglo XX. ¿Cuál es la distancia más corta en Madrid? De Sol a Cuatro Caminos, porque hay un metro. El chiste, ya he dicho que era malo, lo sacaron los madrileños el 17 de octubre de 1919, porque ese día Alfonso XIII andaba inaugurando la primera línea del metropolitano.
Las obras habían empezado dos años antes, cuando una noche de julio, casi a escondidas, llegó al lado del oso y el madroño una carreta de bueyes con herramientas que daban risa. Un torniquete, unos picos y unas palas, unas cuerdas… Y con útiles tan precarios se estaba haciendo el primer agujero cuando pasó por allí un guardia municipal que en tono chulesco preguntó: «Tendrán permiso, ¿no?». «Por supuesto», contestó el ingeniero al mando. «Ah, bueno», dijo el guardia. Se dio media vuelta y se fue. Y menos mal que no exigió verlo, porque las obras del metro de Madrid comenzaron sin permiso municipal.
Cuando el metro aún estaba en mantillas, nadie creía en él. Nadie, salvo los tres ingenieros que lo proyectaron, el rey Alfonso XIII y un puñado más de inconscientes. Costó mucho encontrar financiación, porque los bancos se negaban a aportar los ocho millones de pesetas que requería ponerlo en marcha. Sólo uno, el Banco de Vizcaya, dijo que él pondría cuatro millones si los madrileños ponían los otros cuatro. Los ingenieros reunieron tres a duras penas y el millón que faltaba lo puso Alfonso XIII, por eso el rey fue el primero en subirse a inaugurar la primera línea y, por supuesto, sin pagar los 15 céntimos que costaba el trayecto.
Luego el Metro dejó de ver a su majestad, porque la República le invitó a irse. Pero más tarde llegó la guerra y el Metro, además de transportar vidas, se dedicó a salvarlas, porque era el mejor refugio durante los bombardeos y el medio más rápido y seguro para los heridos que eran trasladados en vagones-ambulancias.
En el primer año de servicio, el Metro registró 14 millones de viajeros. Una minucia cuando ahora sabemos que a diario viajan más de dos millones y medio de pasajeros. Pero, claro, hemos pasado de aquella humilde línea Sol-Cuatro Caminos de 4 kilómetros y 8 estaciones, a 284 kilómetros y 292 estaciones. Y tiene gracia que Miguel Otamendi, ahora felizmente jubilado y hasta hace nada actual jefe de Relaciones Externas del Metro de Madrid, sea descendiente directo de otro Miguel Otamendi, uno de los tres ingenieros que puso en marcha el proyecto. De casta le viene al galgo.