La peseta, descanse en paz

Parece cosa del Cretácico Superior, pero hasta hace nada aún nos rompían los bolsillos las pelas, las perras, las rubias, las calas y las pesetas, que todas eran lo mismo y todas daban las mismas alegrías, ya fueran sueltas o agarradas en un duro. La nostalgia viene a cuento porque el 19 de octubre de 1868 un ministro de Hacienda que atendía por Laurea Figuerola firmó el decreto por el que se implantaba la peseta como unidad monetaria en España.

El choque fue tan brutal como cuando nos quitaron 166 pelas y nos dieron, a cambio, un euro. Desde el 28 de febrero de 2002 los españoles no hemos vuelto a ver una cala. Las echamos tanto de menos que aún hoy, cuando la cifra en euros tiene varios ceros, seguimos haciendo la fatal pregunta: «Y eso ¿cuántas pesetas son?».

Cuando el euro asentó sus reales, todos lloramos la peseta, pero todos nos habíamos olvidado del tipo que la puso en circulación, el ministro Figuerola. En Girona repararon en él justo cuando la peseta estaba a punto de ser enterrada, y lo mejor para brindarle un homenaje adecuado era buscar dónde estaba enterrado su impulsor. Costó encontrarlo, porque paraba el hombre en un panteón de Girona donde su nombre no aparecía por ningún lado. Era un ministro de Hacienda muy bien escondido. ¿Y qué hacía en Girona un hombre que había nacido en Calaf, Barcelona, y había muerto en Madrid en 1903?

La respuesta la tenía su esposa, Teresa Barrau. La mujer del ministro había estado casada anteriormente, y aún vivía su segundo esposo cuando construyó un panteón en el cementerio de Girona para su primer marido. Luego le tocó morir a ella, y su viudo, el ministro, la enterró en Madrid. Cuatro años después murió Figuerola y alguien decidió que, ya que había un panteón en Girona, este segundo esposo fuera a hacer compañía al primero.

Allí quedaron los dos maridos intercambiando impresiones hasta que, pasados tres años más, otro alguien se preguntó qué hacían los dos maridos enterrados en Girona sin la mujer. Así que también trasladaron a Teresa Barrau, y ahora descansan los tres en amor y compaña. Nunca quedó claro, sin embargo, por qué tanto la mujer como su primer marido tenían sus nombres inscritos en el panteón y el del ministro no estaba. El Ayuntamiento de Girona enderezó el entuerto y puso la placa de rigor. Tuvo que morir la peseta para que resucitara el ministro que la puso en circulación.