Vámonos de boda a la pija corte de Viena, porque el día 24 de abril de 1854 el emperador austríaco Francisco José I se casaba con una jovencita de dieciséis años llamada Elisabetta Amalia Eugenia von Wittelsbach, duquesa de Baviera y mundialmente conocida como Sissi emperatriz. Fue un casorio por carambola, porque todo estaba organizado para que el emperador intimara con la hermana mayor de Sissi, pero le acabó gustando la pequeña. La boda fue de órdago a la grande, no obstante ésa fue prácticamente toda la felicidad de la que pudieron disfrutar. La desgracia les persiguió durante todo su matrimonio. Y esta vez, sí, algo de culpa tuvo la suegra.
Al pueblo austríaco le cayó bien esta boda, porque significaba el triunfo del amor por encima de los arreglos familiares. Pero Sissi sólo estaba hecha para las ventajas de la corte, no para los inconvenientes, ni mucho menos para el rígido protocolo vienés. Ella tenía que ser mona y estar callada, pero Sissi quería ser más mona y hablar. Su suegra Sofía, la madre del emperador, no tenía inconveniente en que Sissi fuera todo lo mona que quisiera, pero eso de pensar por su cuenta y meterse en política apoyando la independencia húngara era otra historia. Suegra y nuera se llevaron a matar todos los días de su vida.
Quítense de la cabeza la imagen de Romy Schneider, porque el cine ha convertido a Sissi en una reina de cuento y ha obviado, por ejemplo, que era bulímica y anoréxica, que cultivaba su belleza hasta la exageración, que despilfarraba a manos llenas y que manejaba hábilmente con una mano la frivolidad y el derroche mientras con la otra ayudaba a los pobres y desheredados. Visitaba un asilo de pobres por sorpresa y se ganaba el favor del pueblo, pero sólo con lo que pagaba a su peluquera, el sueldo más alto de toda la corte, hubiera comido un asilo todo un mes. El resto de su vida, un desastre. Tuvo cuatro hijos, una murió, de otro aún no está claro si se suicidó o lo suicidaron, y la propia Sissi acabó asesinada por un anarquista. Un cuento que acabó de pena.