Septiembre Negro

El polvorín de Oriente Próximo sufrió el 16 de septiembre de 1970 un estallido devastador. Un punto de no retorno. Los palestinos instalados en Jordania iniciaron una huelga general que terminó de inflar al rey jordano Hussein. Aquello ya era el colmo. La lucha armada palestina contra Israel había instalado un feudo dentro de Jordania y, pese a la necesaria solidaridad entre los países árabes, Hussein no dejó que los palestinos le pusieran el país patas arriba. Los masacró en aquel Septiembre Negro. La verdad es que todos se pasaron por el lado que les tocaba. Los israelíes, por lo que todos sabemos; los palestinos, por haberse creído que Jordania era suya; y los jordanos, por haber reaccionado con un ataque tan desproporcionado. Pero cuando un asunto se sale de madre, ya no se sabe qué fue primero, si el huevo o la gallina.

Civiles y organizaciones armadas palestinas encontraron refugio en territorio jordano, pero comenzaron por aceptar la mano y acabaron por tomarse el pie. Se instalaron sin miramientos: regulaban hasta su propio tráfico de vehículos, gestionaban su aeropuerto e incluso emitieron sellos oficiales. Crearon una especie de Estado dentro del Estado. Y Hussein dijo, caray, que a este paso se van a quedar con mi reino.

Aquella huelga general palestina del 16 de septiembre colmó el vaso jordano, y al día siguiente Hussein ordenó una represión brutal. Murieron cientos de civiles y las aldeas palestinas en Jordania fueron arrasadas con napalm. La OLP y el Frente para la Liberación de Palestina, en otros tiempos enfrentados a cara de perro, olvidaron sus diferencias y se unieron contra Jordania en una lucha que duró una semana; una lucha desigual, pero encarnizada. En el recuerdo popular, aquel enfrentamiento quedó como «Septiembre Negro». Fue el mismo nombre que luego adoptó un grupo terrorista para reivindicar la matanza de atletas israelíes en los Juegos Olímpicos de Múnich.