Aunque sólo sea por meter el dedo en el ojo bueno del más celebrado héroe inglés, conviene recordar que el almirante Horatio Nelson también tuvo sus tropezones. Y uno de ellos fue el 25 de julio de 1797, cuando perdió primero un brazo y luego la batalla por la bravura de los tinerfeños. Le estuvo bien empleado, por intentar quitarnos las Canarias. No está de más recordarlo, porque cada vez que se habla de Nelson es para cantar sus victorias ante Napoleón o para insistir en que nos dio la del pulpo en Trafalgar. Pues no siempre ganaba, y en Tenerife las cuentas le salieron mal.
Cuando Nelson surcaba los mares, la verdad es que iba un poco sobrado, y más de una vez se confió con eso de que era un gran estratega. Aquel verano de 1797 se empeñó en anexionar las Canarias a la corona británica y pensó que sería pan comido. Atacó Santa Cruz de Tenerife con nueve barcos y casi dos mil hombres. Pero el general español Antonio Gutiérrez había armado a todos los paisanos y el ataque sorpresa que esperaba dar Nelson se volvió del revés. El almirante inglés replegó sus tropas y volvió al ataque días después, y esta vez, aunque llegaron un poco más lejos, porque la pelea se extendió a las calles de Santa Cruz, otra vez Nelson perdió la batalla.
Y no sólo la batalla, porque un cañonazo medio le arrancó el brazo derecho, que luego hubo que amputarle. Si a esto añadimos que tres años antes había perdido un ojo en otra ofensiva, tenemos como resultado que Nelson quedó un poco perjudicado. Pero es igual, manco y tuerto, nos ganó en Trafalgar.
Lo que sí hay que reconocer en aquella batalla canaria es que el combate acabó de forma muy caballeresca. Los tinerfeños trataron muy bien a los heridos ingleses y Nelson se lo agradeció al general Antonio Gutiérrez enviándole un queso y cerveza. El militar español agradeció el detalle del almirante inglés y respondió enviándole vino, y recordándole su promesa de no volver a poner los pies en las islas Canarias, a no ser que fuera en plan turista.