Batallando en Montjuïch

La épica catalana tiene mucho que ver con lo sucedido el 26 de enero de 1641. Se produjo la batalla de Montjuïch, en la que el ejército del rey Felipe IV recibió un varapalo estrepitoso que le obligó a retirarse de Cataluña, no sin antes haber provocado que los catalanes se arrojaran en los brazos de Francia. No es que se sintieran más franceses que españoles, ni mucho menos, es que el rey de España les instaló en Cataluña un ejército de miles de hombres y les dijo, hala, los mantenéis vosotros. Y una cosa es dar un bocata a un soldado y otra muy distinta que se empadrone en casa.

Orígenes de la algarada: España estaba enfrascada en la Guerra de los Treinta Años, una sangría de dinero y de hombres. Las arcas del Estado estaban tiritando y la plebe hasta el gorro. Pero decirle a un Habsburgo español, acostumbrado a tener medio mundo en sus manos, que se ocupara más de España que de guerrear fuera era pedirle peras al olmo.

Y especialmente hastiados estaban los catalanes, porque el nefasto conde duque de Olivares convenció al manejable Felipe IV para atacar Francia desde Cataluña y que fueran los catalanes los que pusieran los recursos para mantener a los tercios. Ahí empezó el cabreo de los segadores, hartos ya de abrir sus casas y aportar sus escasos recursos para mantener una guerra sin sentido.

Una cosa llevó a otra, y el rechazo al ejército se amplió a los funcionarios reales y a los nobles. La bola creció, las relaciones se agriaron y ahí estaba Francia para aportar su interesada solución. Le dijo a los catalanes: «¿Queréis que os echemos una manita contra Felipe IV? Eso sí, a cambio de que Cataluña se ponga bajo soberanía francesa…». Y Cataluña, con tal de quitarse de encima al conde duque de Olivares y al rey, aceptó el trato. Por eso las fuerzas francesa y catalana vencieron de manera incontestable en la batalla de Montjuïch de aquel 26 de enero, y durante los siguientes doce años Cataluña fue francesa. Para entender cómo empezó una bronca, a veces hay que irse siglos atrás.