España nunca se ha resignado a perder Gibraltar, lo que pasa es que ahora las cosas discurren por la vía diplomática. Pero el 7 de mayo de 1727 veinte mil hombres armados hasta los dientes intentaron recuperar Gibraltar por las bravas. A los pobres les dieron por todos lados, porque los británicos estaban atrincherados en las cuevas del Peñón y cada vez que los españoles disparaban daban en roca. Un mes duró el sitio de los españoles para recuperar Gibraltar, pero no hubo forma. Al final, España tragó bilis y aceptó retirar el asedio. Años más tarde volvimos a la carga.
Muy peliagudo este asunto de Gibraltar, pero es que viene de largo, y los granos y los peñones se enquistan con el tiempo. España no habría perdido Gibraltar si Carlos II hubiera tenido al menos un hijo. Aunque fuera feo y corto de luces, pero uno al menos. Al morir sin descendencia acabaron pegándose por el trono español Felipe V y el archiduque Carlos de Austria. Al austriaco le apoyó en la Guerra de Sucesión Gran Bretaña, que, aprovechando la coyuntura, instaló sus tropas en el Peñón de Gibraltar.
La guerra al final la perdió el archiduque Carlos, así que Gran Bretaña se retiró a sus cuarteles. Sin embargo, ya que estaban en el peñón, se quedaron porque hacia buena temperatura y las vistas eran inmejorables. Pero es que luego llegó el famoso Tratado de Utrecht, aquel por el cual quedaba claro que Felipe V se quedaba con el trono de España y a cambio cedía Gibraltar a los ingleses, textualmente, «en plena y entera propiedad».
Años más tarde, Felipe V tuvo oportunidad de recuperar el peñón, porque así se lo propuso el rey inglés Jorge I a cambio de que el Borbón dejara de asediar Sicilia. Pero Felipe V se empeñó con Sicilia y al final ni una cosa ni la otra: en Sicilia hablan italiano y en Gibraltar, inglés.
Pero hubo una oportunidad más: Inglaterra propuso de nuevo al Borbón recuperar el Peñón si a cambio cedíamos la parte española de la isla de Santo Domingo. Y tampoco. Como Felipe V estaba gafado, al final acabó perdiendo Santo Domingo en favor de los franceses. Este hombre, negociando, era un completo despropósito.