¿Dónde está la isla de Granada? Esa pregunta nos la hicimos casi todos el 25 de octubre de 1983, cuando supimos que Estados Unidos la había invadido. Bueno, Reagan no hablaba de invasión; dijo que sólo intervino porque se lo pidieron varios países caribeños. Aquella minúscula isla que había que buscar con lupa, era, según Estados Unidos, un enclave estratégico para asegurar la paz mundial y el comercio internacional. La gran verdad es que Granada era un enclave marxista ligado a Cuba y la Unión Soviética. O Estados Unidos intervenía o los soviéticos acabarían quedándose con las mejores playas del Caribe.
La isla de Granada la descubrió Colón en 1498, pero la bautizó Guadalupe. Y si se hubieran estado quietos con el nombre no hubiera pasado lo que pasó. Que algunos estadounidenses se imaginaron a las tropas pisoteando los jardines del Generalife. Merece la pena recordar aquella tira cómica de Gallego & Rey en la que se veía a dos fornidos marines a las puertas de la Alhambra. Nosotros sabíamos que nuestra Granada estaba a salvo, pero también tuvimos que ir a un mapa para saber por dónde paraba esa minúscula isla de 344 kilómetros cuadrados de superficie. Casi la mitad de Ibiza. Y peor fue lo de la principal televisión soviética, que para ilustrar la noticia puso un mapa de España y una flechita en mitad de Andalucía.
Ronald Reagan reconoció que tomó la decisión de intervenir en Granada mientras jugaba al golf en Augusta con su secretario de Estado, George Shultz. En el hoyo nueve, un par cuatro de 420 metros, ya estaba claro el cuándo, el cómo y por dónde. Quinientos marines por el norte y mil rangers por el sur. Tampoco podían mandar a muchos, porque la isla era muy pequeña y se iban a estorbar. Estados Unidos tardó casi dos meses en salirse con la suya, y luego el que más partido sacó fue Clint Eastwood, que en su papel de oficial chusquero y macarra en El sargento de hierro, se erigió en héroe de la toma de Granada. Al Pentágono no le gustó la peli.