El privilegio de la segunda parte del Quijote

Felipe III no ha pasado a la historia por ser un rey lumbreras, pero al César lo que es del César: el día 30 de marzo de 1615 firmó el privilegio real de impresión para que Cervantes pudiera publicar la segunda parte del Quijote. Pero ojito, que Felipe III no se leyó el segundo libro del Quijote para dar su beneplácito de impresión; encargó a otro que lo hiciera y firmara la autorización en su nombre. Esto era lo habitual, y menos mal que así era, porque, dada la capacidad intelectual de Felipe III, no habría pasado de la primera página y Cervantes se habría muerto sin verlo publicado.

Conseguir el privilegio de impresión para un libro era un calvario para el autor. No es como ahora, que el escritor entrega su obra a la editorial, la editorial la imprime, la distribuye, la promociona (a veces) y la vende. Antes no. Antes, Cervantes, como todos, tuvo que entregar la segunda parte de su manuscrito a dos grupos de censores, el Consejo Real de Castilla y el vicario de la villa de Madrid. El Consejo, a su vez, se lo pasó a un censor, que aprobó su publicación porque en el libro no había cosa indigna de un cristiano ni nada que ofendiera a la decencia.

El vicario de Madrid tampoco se leyó el libro. Se lo pasó al capellán del arzobispo de Toledo, y el capellán dijo que no había nada que atentara contra las buenas costumbres. Los dos primeros obstáculos, salvados.

Llegó entonces el libro al rey, a Felipe III, y Felipe designó a un propio que en su nombre firmó el permiso para imprimir el libro. Ese era el privilegio de impresión que se logró aquel 30 de marzo para la segunda parte del Quijote, al que Cervantes no llamó esta vez ingenioso hidalgo, sino ingenioso caballero, porque el manchego ya había sido armado caballero por dos rameras en la primera parte.

Con todos estos agotadores permisos en la mano, Cervantes le vendió este privilegio de publicación a su editor… y no quieran saber por cuánto se lo vendió. Basta un dato: a Cervantes sólo le quedaba un año de vida y murió en la más triste miseria.