El diamante en bruto más grande de la historia salió a la luz en una mina de Pretoria, en Sudáfrica, el 25 de enero de 1905. Un pedrusco como no se ha vuelto a ver otro y al que bautizaron como Cullinan. Pesaba 3.106 quilates, es decir, 680 gramos. Imposible colgárselo al cuello sin sufrir una lesión cervical crónica. Imposible también venderlo porque nadie tenía dinero para comprar más de medio kilo de joya. En resumen, el diamante más grande del mundo sólo trajo problemas.
Los dueños de la mina al principio estaban encantados, pero se les desinflaron los ánimos después de dos años intentando vender el diamante en Londres. Todo el mundo admiraba aquel prodigio de mineral; todos lo deseaban, pero nadie aflojaba los cuartos. Al final se buscó una salida diplomática: el gobierno de Transvaal, una de las provincias sudafricanas de entonces, compró la piedra por 150.000 libras y se la regaló al rey Eduardo VII el día que cumplió sesenta y seis años. Siempre llueve sobre mojado. Pero ni siquiera el rey de Inglaterra quería una joya de semejante tamaño, así que se la entregó a Robert Asscher, el mejor tallador holandés, para que pensara qué hacer con olla. Como la orfebrería es un arte que requiere paciencia, seis meses estuvieron dándole vueltas.
Del Cullinan salieron muchos diamantes, pero tres especialmente gordos. Lo interesante, sin embargo, es saber dónde están ahora. Cuando vean a la reina de Inglaterra, a doña Isabel II, con el cetro en la mano en algún acto de esos tan solemnes que se montan los británicos, fíjense en la cabeza del cetro: ahí está lo más gordo que queda del Cullinan. E inmediatamente después de mirar el cetro, miren la corona y verán que a la altura de la frente, en el centro, está el Estrella de África II. Y cuando vean a la reina en actos menos solemnes, más de prêt à porter, miren a la altura de su hombro izquierdo. Si ven un pedazo de pedrusco con forma de pera, estarán viendo el tercer pedazo del Cullinan.
La familia real inglesa lleva las joyas con tanta soltura, que a las piezas hechas con el Cullinan las llaman «las lascas de la abuela». Marilyn las llamaba los mejores amigos de las chicas.