El famosísimo Museo del Ermitage, en San Petersburgo (Rusia), uno de los más importantes del mundo, ahora es eso, museo, pero nació con pretensiones de colección privada para ser contemplada sólo por ojos imperiales; ya saben, zares, zarinas y amiguetes. Pero el 5 de febrero de 1852 el zar Nicolás I declaró el Ermitage museo estatal y tuvo la deferencia de abrir una puerta para que entrara el público. Ojo, no cualquier público. Sólo nobles. Pero bueno, fue un primer paso. La plebe tenía vetada la entrada, pero hay que entenderlo, porque en San Petersburgo había tanta miseria y tanta hambre fuera de los palacios imperiales, que si un pobre llega a ver un bodegón de Rembrandt, se lo come.
La primera que comenzó a coleccionar arte a golpe de talonario fue Catalina la Grande, emperatriz de todas las Rusias, en 1764. Coleccionaba arte con el mismo desparpajo que coleccionaba amantes. Ella iba de ilustrada por la vida, de déspota ilustrada, y quiso llenar el palacio de Invierno de San Petersburgo, su residencia, sobre todo de pinturas. Y lo hizo. Sólo en el comedor colgó noventa y dos cuadros. Las pinturas las compraba de doscientas en doscientas. Obras de Rafael, de DaVinci, de Murillo, de Rubens, de Velázquez… Luego comenzó a interesarse por las antigüedades griegas, romanas y renacentistas. Y así, tacita a tacita, se fue decorando su choza.
Sus sucesores continuaron con la costumbre, hasta que a mediados del XIX se puso de moda en Europa la creación de museos estatales, y Rusia, que no quería ir a la zaga de la modernidad europea, también se propuso presumir de uno. Nació entonces el Museo del Ermitage, considerado hoy la pinacoteca más importante del mundo junto con el Museo del Prado.
Pero sus fondos se ampliaron con monedas, muebles, piezas prehistóricas, joyas, arte oriental, armas… porque la revolución rusa nacionalizó todos los palacios de la aristocracia, y obra que se quedaba el Estado, obra que engrosaba las colecciones del Ermitage. Ahora sus fondos cuentan con tres millones de piezas, y la buena noticia es que las pueden ver reyes, siervos y hasta turistas.