Cuánto monarca veleta ha pasado por España. Hacía muy pocos años que Fernando VII había estado rebanando el pescuezo a todo el que gritara «¡Viva la Constitución!», cuando la hija hizo borrón y cuenta nueva y se lanzó a inaugurar el foro del pueblo: el 10 de octubre de 1843 una pipiola Isabel II puso la primera piedra del Congreso de los Diputados.
Cuatro mil invitados acudieron a la puesta de aquella primera piedra y, por allí abajo, por los cimientos de la Carrera de San Jerónimo debe de andar la caja de plomo que se enterró con varias monedas, un ejemplar de la Constitución de 1837, los periódicos del día y la paleta de plata con que la reina había volcado el primer cemento. En la paleta iba inscrita la siguiente frase: «Doña Isabel II, Reina Constitucional de las Españas, usó esta paleta en el solemne acto de asentar con sus reales manos la primera piedra del Congreso: 10 de octubre de 1843, cumpleaños de Su Majestad». Porque aquel día, Isabel II cumplía trece añitos.
El anecdotario parlamentario ha dado tanto juego que es imposible seleccionar alguna genialidad protagonizada por oradores irrepetibles. Pero allá va alguna. Una ocasión en la que José María Gil Robles estaba en uso de la palabra, un diputado le gritó desde su escaño: «Su señoría es de los que aún usan calzoncillos de seda». Gil Robles replicó: «Desconocía que la esposa de su señoría fuera tan indiscreta». O esta otra, cuando el diputado Ortega y Gasset subió al estrado para dar uno de sus sesudos discursos, en el hemiciclo se oyó la voz de Indalecio Prieto que decía: «Atención, habla la masa encefálica». O cuando un presidente de la Mesa le dio la Valparda al diputado Palabra.
Cuánta historia ha pasado por el Congreso y cuánto mérito tienen sólo los que se han sentado en épocas democráticas. Y esto se lo dejó muy claro el torero Joselito a Antonio Maura. Maura no sabía de qué hablar con el maestro porque no entendía de toros y sólo acertó a decir: «Pues ya es arriesgado su oficio…»; a lo que el torero contestó: «Pues anda que el suyo».