El 22 de diciembre de 1933 las mujeres votaron por primera vez en España. Pero esto es una verdad a medias. En realidad, las mujeres votaron por segunda vez, porque ese día se celebró la segunda vuelta de las elecciones generales durante la Segunda República. La primera vuelta había sido el 19 de noviembre, y el triunfo de la derecha fue tan incontestable que se podrían haber ahorrado la segunda. ¿Quién tuvo la culpa de que perdiera la izquierda? Pues según los sesudos analistas y tertulianos de la época, las mujeres. Y se quedaron tan anchos.
Éste era el mayor temor de la izquierda desde que en 1931 se aprobara en Cortes el sufragio universal, porque las mujeres representaban más de la mitad del censo: seis millones de votos. En octubre de 2006 se celebró el 75 aniversario del famoso debate parlamentario entre dos mujeres de izquierdas, Clara Campoamor y Victoria Kent. La primera defendió el voto femenino y la segunda lo rechazaba porque, como las mujeres estaban engullidas por un exagerado espíritu católico, darían su voto a la derecha. Pero al final se aprobó, las mujeres votaron y la izquierda perdió.
Como siempre es bueno que haya un niño al lado para echarle la culpa, la izquierda señaló a las mujeres como culpables de su derrota. Pero si las mujeres se hubieran quedado en la cocina, la izquierda también habría perdido. Las razones del desastre fueron otras.
La izquierda se dispersó tanto, que su presencia en las Cortes quedó también desperdigada. Los de la Izquierda Republicana, por un lado; los socialistas, por otro; y por otro distinto, los radicales. Los federales por su lado, y por el suyo los radical-socialistas. El PCE a su bola, y mucho más a la suya los anarcosindicalistas. Enfrente, sin embargo, tenían a una derecha organizada en torno a la CEDA, la Confederación Española de Derechas Autónomas, y también perfectamente aglutinados los veintinueve partidos agrarios conservadores.
Era una cuestión de organización que les permitió aprovecharse de que la izquierda estaba a la greña. La desmesurada legislación anticlerical y la crisis económica del país completaron el desastre. Pero la culpa, por supuesto, fue de las mujeres.