El Reichstag, la excusa de Hitler

Le vino de perlas a Hitler lo que ocurrió el 27 de febrero de 1933. El Reichstag, el antiguo Parlamento alemán, ardió por los cuatro costados, y aquello fue la perfecta excusa para emprenderla contra los marxistas. Cierto es que del incendio se auto inculpó un pirómano loco perdido que además se creía comunista, con lo cual Hitler vio el cielo abierto. Ya no tenía que esperar más. A por ellos. El incendio lo provocó un holandés que actuó por su cuenta y riesgo, pero sólo aquella noche del 11 de febrero acabaron detenidos casi cinco mil comunistas.

La alegría que le entró en el cuerpo a Hitler cuando supo que el Reichstag estaba ardiendo fue tal que aún hoy algunos historiadores sospechan que fueron los propios nazis los que organizaron toda la operación. En menos de veinticuatro horas, Hitler puso en marcha la apisonadora nazi con el beneplácito de Paul von Hindenburg, el presidente de la República, que con ochenta y cinco años dio claros síntomas de demencia poniendo al frente de la cancillería al Führer. Estaban todos locos, el presidente, el canciller y el pirómano.

Al día siguiente del incendio, cuando el Reichstag todavía humeaba, se suspendieron siete artículos constitucionales. Justo los que aseguraban los derechos humanos, las libertades de reunión, de asociación, de opinión, de prensa… Y con todos estos derechos eliminados, Hitler tuvo vía libre para detener a quien le viniera en gana.

Llevaba menos de un mes como canciller y ya había puesto Alemania boca abajo. No paraba de encerrar a gente, todos supuestos comunistas, y como las cárceles no daban abasto, fue entonces cuando se inventó los campos de concentración. Sólo dos meses después del incendio del Reichstag había internadas en estos campos 25.000 personas.

Europa no daba crédito a lo que estaba pasando y tampoco supo ver que a raíz de aquel hecho nacía, sin tapujos, sin fingimientos, la Alemania nazi que ya no desaparecería hasta doce años después.

El presunto autor del incendio del Reichstag, un albañil en paro y claramente desequilibrado, acabó en la guillotina. Porque no procedía, pero Hitler, le hubiera puesto un monumento por haberle dado la excusa perfecta.